lunes, 8 de octubre de 2007

MARIO DANZA BONITO

MARIO DANZA BONITO



La tarea de Mario, fue cumplida magníficamente, como siempre. Hizo un diseño increíble. En su lista tenía cuatro fábricas de embutidos, una de barquillos para helados, dos de productores de helados, una de productos químicos, de la línea de pegamentos, pastas y afines. Una de papel, parece que para la pulpa, una cadena de chifas y otros seis chifas independientes. Entre los minoristas, estaban diez señoras dedicadas a la venta de mazamorra morada en los mercados. Estas señoras merecen un capítulo aparte. Eran unas magníficas vendedoras. Cada una preparaba de tres a cuatro inmensas ollas de mazamorra, y compraban entre dos o tres toneladas de fécula cada una. Su formula más tentadora era que vendían en los mercados más concurridos una porción de mazamorra morada, acompañada de arroz con leche en una generosa porción. Sus clientes eran las amas de casa que picaban un poquito de su pequeño presupuesto de mercado, para darse un gusto, los estudiantes que no podían pagarse un menú, los cargadores que necesitaban un refuerzo de carbohidrato a media mañana, y en fin, los mismos vendedores del mercado, muchos de los cuales salían de sus casas tan temprano, que sólo se acordaban del desayuno cuando veían disfrutando a los demás de su sabroso “combinao”. Con estas señoras se hizo una alianza no escrita, y una amistad singular. Con nosotros ellas desarrollaban a plenitud su papel de madres protectoras que orientan a los noveles vendedores, en sus aventuras en los medios más truculentos de Lima. Por la protección de ellas, nunca tuvimos un solo problema al interior de los mercados, muchos de los cuales están entre los lugares más peligrosos de Lima.
Nosotros pensábamos al principio que no nos pasaba nada gracias a nuestra buena suerte. Y a veces nos retirábamos con buenos y jugosos fajos de dinero. Pensábamos en nuestra novel ingenuidad, que era suficiente retirarse con rapidez para que no pasara nada. Más tarde en un almuerzo con nuestras protectoras, nos enteramos en medio de estruendosas risas de ellas, cómo era que nos recomendaban con los guardianes de los mercados, que eran los mismos choros y ladrones, quienes por el prestigio y antigüedad, habían ascendido en su oficio y ahora daban seguridad a todo el mercado, y como se trataba de los líderes de la “gente brava”, nadie se podía meter con las personas que el gremio señalaba y ellos debían cuidar. Y luego fue enternecedor saber que por nuestra seguridad, las grandes matronas pagaban una propina extra a los capazotes, ahora metidos al negocio de la seguridad. Pero su trabajo era tan eficiente y silencioso que bien quisiéramos que así trabaje la policía nacional. Nunca nos sentimos vigilados ni controlados. Nunca vimos el menor indicio de la tarea que estos guardianes de frondosos prontuarios, realizaban con singular eficiencia. Pero ese pacto duraba solo hasta cierta hora del día, por lo que nuestra gente nos citaba en las horas oportunas. Y la consigna de los capos era muy simple. “los muchachos también tienen que chambear pues señoras”, después de esa hora la verdad es que no podemos garantizar nada. Los pobres provincianos que no sabían de esas reglas de sobrevivencia de los aprendices de choro, eran quienes pagaban el pato y financiaban la “merienda” de los “muchachos” …
Nunca pudimos agradecer como merecía esa protección y el cariño con que nos trataron las inmensas matronas del cucharón dulce y la olla interminable, flores que supieron prosperar con el corazón limpio en medio de la vorágine de las concentraciones humanas y de todas sus facetas negativas.
La lista de Mario era tan variada, que se convertía en un muestrario de todos los posibles consumidores. Al revisarla, no pude disimular mi asombro. Nunca pude imaginar que para todo se empleaba el apoyo de este noble producto. Por supuesto, los usuarios preferían el producto importado y con insumo de papa. Pero al retirarse éste del mercado, por el decreto del presidente de cerrar las importaciones, los empresarios e industriales, al no poder parar su producción, tenían que buscar sustitutos y hacer nuevas fórmulas con ellos. Unos habían logrado usar la fécula de trigo, otros el de maíz, de camote, y otros tubérculos, para nuestra suerte, preferían la yuca que merecía nuestro esfuerzos y se había convertido en el producto de nuestros amores. Y teníamos que decir como después se haría famoso ese dicho con otro presidente “Yuca señores, yuquita linda para todo el mundo señores” Pero nosotros lo hacíamos sabedores de que ofrecíamos un producto de primera y que se prestaba a multitud de usos, no como aquél que huyó al Japón dejando enyucado a medio Perú y desarticulada en medio de sus coyunturas a la otra mitad. Allí la yuca se volvió grosera y símbolo de un engaño general y taimado contra todo un pueblo.
No era gratuita esa preferencia por el almidón de yuca, la medida de muchas industrias estaba en la calidad y poder de gelificación del producto. En esta característica, el almidón de yuca, superaba con ventaja a los otros sustitutos, por lo que daban preferencia a nuestra harinita. Si esta se juntaba con algún elemento potenciador y luego era sometida al calor, se comportaba magníficamente, como decían muchos de nuestros clientes.
Un caso simpático fue el de una empresaria que se dedicaba a la fabricación de barquillos para helados. A nosotros nos impresionaba bastante cómo manejaba su empresa, ubicada en la avenida México. Tratándose de una mujer, lo hacía con mucha soltura y dedicación. A los proveedores los trataba con una diplomacia y cortesía, que ya quisieran aprender muchos capitanes de empresa. Como era corriente en estos casos, se llegó a tener una bonita amistad, la que permitía compartir experiencias y a veces consejos sobre asuntos de diversa índole. Una de aquellas veces ella con comentó lo siguiente:
§ Siendo ustedes ya mis amigos, les confesaré que quisiera fabricar otro tipo de barquillo. De Alemania me han ofrecido una máquina adecuada para este fin, pero no consigo dar con la materia prima adecuada.
§ ¿ Qué tipo de material se requiere, señora Susana? preguntámos
§ Se trata de un barquillo grande y de una textura muy dura, parecido a la galleta de agua, pero más dura aún.
§ Hablando de galleta, le contaremos que en la selva....Y allí le soltamos todo el rollo de los famosos rosquetes.
§ Nuestra amiga se rió mucho con el nombre de los rosquetes, pero le interesó la idea de como quedaban esas rosquitas al final del procedimiento descrito.
§ Si fueran tan amables de traerme unas cuantas rosquitas de ésas, nos pidió.
§ Sin ningún problema, le contestamos, pues sabíamos que en los puestos donde se vendía a los charapas, encontraríamos ese producto.
§ A los pocos días, le llevamos las rosquitas, y nos comentó que la textura exterior era muy semejante a lo que ella necesitaba.
§ Como ya estoy usando vuestro producto para reforzar la harina, mandaré una muestra a los fabricantes, para ver si con esta harina podemos trabajar. Pero eso sí, si es adecuada me tendrán que proveer sin falta lo que yo les pida. Estamos hablando de varias toneladas.
§ De ello ni preocuparse, nuestra fábrica, con el favor de Dios y el vuestro, también está creciendo. Le daremos sin discusión lo que pida.
Dicho lo cual, se mandó la muestra a Alemania, y a los cuarenta y cinco días, el correo trajo la respuesta de los fabricantes. El diagnóstico era en el sentido de que el producto era muy indicado para los barquillos especiales. La gerente y dueña nos convocó de inmediato para darnos las buenas nuevas.
§ Mario, Carlos, nos dijo, tomaré la decisión de comprar la máquina sólo si ustedes me prometen abastecerme, sin falta de tres a cinco toneladas de producto, todos los meses.
§ Es grato poderle comunicar, le respondí, que estamos en situación de atender su pedido sin ningún problema. Y si fuera el doble, también le atenderíamos, aunque fuera dejando de atender a otros clientes.
§ Con ustedes, basta un apretón de manos, es mejor que un contrato, sin embargo haremos uno formal de todas maneras, ya que intuyo que nuestra amistad será por muchos años y en ese tiempo pueden pasar muchas cosas.
§ Con 10 mujeres como usted, otro cantar sería el empresariado nacional.

Terminado el mutuo lisonjeo, nos retiramos portadores de un contrato, porque como lo dijo doña Susana, nunca necesitamos la firma de ningún documento para cumplir escrupulosa-mente lo acordado por las dos partes. Pero ese papelito que nos dio era de verdad como un trofeo de reconocimiento al trabajo que hacíamos y que al parecer, aparte de nosotros mismos, nadie conocía. Ya en el aspecto práctico, significó un gran punto de apoyo, por el volumen y las recomendaciones que nos hacía con sus amigos. Pero también pudimos recibir de ella un gran ejemplo y modelo de empresaria, que hacía palidecer a otros clientes nuestros, por su calidad humana.
La parte del fomento empresarial, también puede considerarse un éxito. No se cumplió la meta de las diez empresas, pero se llegó a ocho. Tampoco se logró que estuvieran ubicadas en un solo eje, para poder ir acopiando todo en una sola operación, pero sí se lograron los volúmenes que se requerían para atender a nuestra clientela y al chinito mayorista. Éste nos reclamaba cada vez más, pero nosotros le dábamos justo lo que él adelantaba. Le propusimos, muchas veces, hacer una empresa que diera una solución definitiva a sus necesidades y las de sus paisanos. Sin embargo él, prefería jugar al cubileteo. Hacer las conocidas bolsas para romper la mano del militar que les diera nuevamente pase libre. En último caso, prefería entrar en el terreno del contrabando. Así que pusimos una medida con él y no pasamos de allí. Era el típico empresario gavilán. Quería ganar sin arriesgar mucho, y dispuesto a desviarse del buen camino si de ganancias se trataba.
En cuanto a nuestra propia planta, cuánto hubiera querido atenderla personalmente. Hacer de esa pequeña fábrica, algo grande que pudiera ser fuente de orgullo. En la parte agrícola lo ideal era tener unas doscientas hectáreas en producción, y contar con un ingenio transformando toda esa materia prima, además de unas 800 hectáreas de los agricultores. Nunca pudimos lograrlo. Primero, porque era una inversión considerable, que tal ves con esfuerzo hubiéramos podido remontar, pero principalmente, porque los clientes y compradores no nos daban el tiempo necesario para cumplir con ese objetivo. Por aquellos días si se hubiera otorgado un premio por la cantidad de horas de vuelo en los pequeños aviones monomotores, seguramente lo habríamos ganado. Y otro tanto por las horas de viaje en esos enormes camiones, que transportaban nuestra carga. Y que decir de los viajes por los ríos. Cada uno de ellos tenía su encanto y sus atractivos. En los lanchones por ejemplo se podía tender una amaca y disfrutar del paisaje o leer un buen libro arrullado por la brisa del río con el movimiento de la embarcación. Me refugiaba en esos momentos ya que la afición a leer no podía cumplirla en la ciudad por la cantidad de trabajo que se acumulaba. Los viajes en avioneta también a pesar de ser cortos, permitían llegar a lugares inhóspitos e insospechados, que pocos conocían, pero con los conocimientos y las anécdotas de los pilotos se podía conocer mucho la geografía y las costumbres de los pueblos selváticos. Es otro país definitivamente y las riquezas que encierra son inmensas, nosotros por nuestra sola actividad lo podíamos comprobar cada día.
Pero también podíamos ver que los gobiernos viven de espaldas a esos pueblos y de esas inmensas extensiones de territorio, que bien atendidas y con buenas inversiones alcanzaría para atender tres veces la población que tiene el Perú y con ingresos que serían iguales o mejores que las de los Estados Unidos. Un visitante diría: “Yo lo digo porque lo he visto”. Y para muestra un botón. Muchas haciendas azucareras usan los excelentes terrenos de los Complejos Agroindustriales que juntos suman miles y miles de hectáreas, para sembrar caña de azúcar. Esa es prácticamente una maleza que bien podría dar y en mejor cantidad en la selva peruana. Esa sola acción posibilitaría que en esos terrenos privilegiados, que están entre los mejores del mundo, sean utilizados para sembrar productos más valiosos y destinados a la exportación. Y pruebas al canto. Que siembren mangos, paltas naranjas y mandarinas. Que siembren uvas y si lo hacemos en serio podemos quitarles los mercados a los mismos chilenos. Sembrar caña en la costa es un pecado contra el sentido común, desperdiciando tierra y agua que son necesarias para otros cultivos más rentables. Y si queremos decir las cosas de frente y con claridad, diremos que se sigue sembrando caña solo por la comodidad de quienes se han acostumbrado a vivir de esa actividad, pero a costa del resto de todos los peruanos que tenemos que pagar cada cierto tiempo hasta el seguro social, los impuestos y otras cargas sociales. Eso en buen romance solo quiere decir, mal gobierno. Uno sobre otro, pero todos hacen un mal gobierno. No necesitamos trasladar a la gente Que se queden donde viven si eso les acomoda, pero haciendo cultivos más rentables.
En la selva sobra la tierra y sobra el agua, Allí se puede hacer azúcar con menos de la mitad del costo que de la costa, sobre todo porque el agua no cuesta casi nada y cae del cielo. En cambio en la costa con esa misma agua que se usa en la caña, se puede regar tres veces más extensión y si se usa riego por goteo como para cultivos permanentes de frutales, muchas tierras más. Un gobierno con visión tendría un ministerio solo para promover todas las actividades en las regiones selváticas. Así se controlaría en primer lugar los cultivos dirigidos hacia la coca y se explotaría tantas maravillas que en esos territorios hay.

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