lunes, 8 de octubre de 2007

Danza con Oro

DANZA CON ORO



No he conocido otra raza de hombres que amen más la libertad y la aventura. Su trajín es recorrer todo el país, llevando y trayendo rumores sobre los nuevos descubrimientos y reventones, como los llaman, Y si hay un nuevo descubrimiento, no hay poder humano que los detenga, irán tras la quimera del oro, aunque estuviera en el cerro más escarpado y alejado.
La novedad del oro duró apenas dos años, y contando con los personajes con que tratamos, apenas llegamos a ahorrar la cuarta parte de lo que habíamos calculado. Los mineros golondrinos desaparecieron tan rápido y tan silenciosamente como habían aparecido. Pero a nosotros nos quedó el bichito de que era interesante y rentable moler tierra o minerales. Así las cosas, ya estábamos indagando sobre la posibilidad de moler mineral de hierro. Sobre esto, los dueños de un gran depósito ya habían llevado las pruebas a una gran planta de la costa, y según sus cálculos, tenían un pequeño pero interesante margen de rentabilidad por tonelada de mineral entregado, siempre que estuviera bien seleccionado y estuviera triturado en el tamaño que ellos habían indicado.
Y allí estábamos otra vez, galopando detrás de una nueva quimera. Al hacer los costos, considerábamos en la estructura de los mismos, la energía como un insumo normal. Esta vez, se trataba de moler trescientas toneladas de mineral por día. Se suponía que descontando todos los costos, nos debía dejar dos dólares de utilidad por tonelada de hierro. Otra vez nos dejamos llevar por los sueños. Trescientos dólares por dos, significaban seiscientos dólares por día. Y si calculábamos el aporte energético, era un dólar y medio más por tonelada, superando los mil dólares diarios. Así se acortaba la meta de juntar los dólares que nos debía la empresa de los malvados argentinos. Llegábamos a la suma de nada menos que treinta mil dólares por mes, de utilidad casi neta.
La maquinaria para hacer este proceso, era un inmenso molino de quijadas. Su precio, más de trescientos mil dólares, con todos sus aditamentos. Suma inaccesible, así juntáramos todos nuestros recursos, y vendiéramos todas nuestras máquinas. Pero todos actuábamos con el convencimiento de que de alguna forma resolveríamos el asunto. Muchas veces, una máquina, aparentemente muy sofisticada, la habíamos conseguido por la quinta o sexta parte de su precio usando el ingenio, la picardía y la imaginación. Pero sobre todo, aportando muchísimo trabajo y dedicación para repara las máquinas.
§ Esta vez, le dimos mil vueltas al asunto y no salía por ninguna parte la solución. Había muchas máquinas como las que necesitábamos, muchas de ellas desocupadas, pero apenas consultábamos con sus propietarios, veíamos soles y dólares en sus ojitos, y no había forma de conseguir una tajadita para nosotros. Como buenos mineros, se protegían bien de los imponderables, y cobraban aún más de lo que nosotros habíamos calculado. De pronto, una noche se presentó un muchacho con la apariencia de un ser desvalido, y mal trajeado, con la siguiente propuesta.
§ Señor, me he enterado de que ustedes están buscando un molino de quijadas, con capacidad para trescientas toneladas.
§ Sí, amigo, ¿usted tiene una?
§ No precisamente, pero sí conozco una mina muy antigua que tiene no uno, sino tres molinos de ésos en sus entrañas.
§ ¿Y cuál es la situación de esa máquina?, le contesté, tratando de no demostrar interés.
§ Bueno, como le digo, los dueños se fueron hace tanto tiempo, que ya deben haber fallecido. Pero los que cuidan las máquinas son las autoridades del pueblo vecino.
§ Bueno, ¿y ellos pueden disponer de estos equipos.?
§ Hace tres años, llevé a un señor que, con unas cuantas cajas de cerveza, y sus cuartillas de aguardiente, convenció a las autoridades para que le cedieran una máquina. Por lo que sé, hasta ahora está trabajando.
§ ¿Y usted tiene trato, o amistad con esas autoridades?
§ Pues de eso se trata, ya que la comisión que recibí hace tres años ya se me ha agotado. Yo me encargo de facilitar las cosas.
Hasta ese momento no habíamos tenido ningún avance en conseguir la máquina, así que nos aferramos a esta posibilidad
§ Quiero saber con precisión, señor Casildo, con cuánta inversión cree usted que podamos poner en buen estado a esta máquina de la época antidiluviana.
§ En eso quiero ser sincero, señores. Es cierto que la máquina tiene sus buenos años, pero tiene la ventaja de haber pertenecido a una empresa americana. Por ello, el material del que está construida es de primera. Tengo entendido que es de fabricación británica. Con treinta o treinta y cinco mil dolaricos, tendrán una señora máquina.
Era casi un tiro al aire. La localidad indicada estaba a casi cuatrocientos cincuenta kilómetros de distancia. Sólo para hacer el reconocimiento, había que hacer un buen gasto. Pero no había otra opción, así que apostamos por esta posibilidad. La inversión de reconstrucción era considerable para nuestras posibilidades, pero de todo lo que habíamos visto, era lo más accesible.
Designamos al ingeniero de minas que nos estaba apoyando, para que hiciera el reconocimiento de la máquina, acompañado de nuestro extraño guía.
Se preparó nuestro vehículo con todo lo necesario, y partieron.
Apenas llegaron, nos informaron que efectivamente, las máquinas existían, pero las autoridades estaban totalmente reacias a cualquier trato. Manifestaron que el anterior comprador les había prometido el oro y el moro, y se había llevado la máquina debiéndoles una buena suma hasta la fecha. Que habían hecho varios viajes con la esperanza de cobrar, pero que todo había sido infructuoso, por lo que estaban muy molestos.
Recomendamos que se hiciera lo posible por llegar a un arreglo, pero el precio que ponían era casi como por las dos máquinas. Pero había un pequeño avance. Por lo menos, habían aceptado vender. Ahora, era cuestión de hacerles sentir mal por haber perdido un buen negocio. Para ellos, había muy pocos compradores, ya que sólo la logística para desarmar y sacar la máquina era ya bastante complicada. La comisión se regresó, dejándoles con la sensación de pérdida. Luego sembraron un poco de cizaña entre ellos, para que hubiera mutuas acusaciones, ya que nadie ganaba nada con máquinas que a nadie le interesaban ya. Efectivamente, mientras la comisión estuvo, había la posibilidad de venta, y de festejar como no lo hacían hace mucho. Pero al dejar la comisión el pueblo, se perdía la ocasión.
Dejamos que durante tres semanas se destrozaran entre ellos y hasta pagamos a uno para que convoque a una asamblea solicitando la sanción de las autoridades que por su torpeza, habían espantado a unos buenos clientes. El dinero era necesario argumentaron para arreglar la escuela y la posta médica que estaba en malas condiciones.
Tanto fue el movimiento que cuando a la semana siguiente mandamos a un comisionado, con el pretexto de comprar ganado, éste mencionó y se burló de las autoridades s que tan malamente habían dejado pasar una oportunidad. Deslizó por allí que conocía a los compradores pero que estaban muy molestos con esas malas autoridades. Estos le rogaron que los pusiera en contacto. De otra manera serían destituidos. Se hizo rogar un buen rato, hasta que aceptó llevarlos si le pagaban los gastos y una comisión.
Aceptaron gustosos y supuestamente citaron a los compradores en la capital del departamento, pues era el lugar neutral de acceso.
Allí las cosas se pusieron de parte nuestra, y mandamos a una persona que representaba humildad en su trato y falta de recursos. Por dos mil dólares hicieron el trato. La máquina estaba en una situación lamentable, y le faltaban muchas piezas principales, pero en algo se reparó, pues el mecánico tomó algunas piezas de las otras máquinas, que a la hora de la reparación fueron de gran ayuda.
Teníamos que llevar la máquina a manos de un verdadero artista si queríamos sacar partido de ella. Y tuvimos suerte, pues las manos de los artesanos de Nazca nos demostraron una vez más porque se habían concentrado en ese pueblo casi todos los pequeños mineros del Perú. Son en verdad unas artistas de primera. En vez de bocinas le pusieron unos excelentes rodajes, y en toda la estructura le dieron un tratamiento tal que después de un mes de paciente manipuleo, se recuperó el paciente en un 95% de su apariencia original. Quedó tan hermosa que me recordó a los mejores logros que salieron de mis manos. Todas sus partes móviles habían sido rellenadas o sustituidas por los mejores materiales. Se torneó, limó, perforó y sobre todo completó en todas sus partes faltantes, usando los mejores materiales del medio, ya que queríamos contar con una máquina que aguantara un verdadero trabajo pesado y que trabajara día y noche.
Los cálculos del facilitador estaban en lo cierto. Llegamos a ponerle casi treinticinco mil dólares y teníamos un monumento casi por el 10 % de su verdadero precio. Para corroborar ello hubo alguien que ofreció pagar 250 mil dólares en el mismo lugar de su ubicación. Esa fue la prueba de nuestro triunfo. Pero no podíamos pensar en venderla, ya que formaba parte importante de nuestras correrías. Y sobre todo nos hacía sentir orgullosos de cómo lo habíamos logrado. Este orgullo era nuestro principal impulso para conseguir todo lo que nos habíamos propuesto hasta ese momento. Daba ganas de darle mil besos a nuestra máquina. Ahora era el momento de llevarla a su prueba de fuego.
Trescientas toneladas de material para nosotros que habíamos logrado moler tres de granos al día y con gran esfuerzo, era la culminación de un gran sueño.
Para el movimiento de esos volúmenes se necesitaba además varios transportadores de material. Pero eso ya estaba avanzado. Usar la chatarra para construir esos transportadores era ya un juego de niños luego de otros logros mayores. El otro elemento estaba en contar con un cargador frontal para llevar los materiales a los patios de almacén y luego cargar los grandes camiones. No podíamos darnos el lujo de comprar uno a pesar de que sabíamos que en madre de Dios el banco minero estaba rematando muchas máquinas, de los prestatarios morosos.
Ya no contábamos con nada de efectivo, más bien con algunas cuentas por pagar. Pero el asunto se arregló conversando con amigos que contaban con esa máquina, para el acarreo de material de construcción. Para que no haya reclamos quedamos en un tanto por tonelada cargada en los camiones de transporte y listo.
El gobierno nos había robado. ¿Era el Gobierno? O mas bien la mafia de Montecasinos y compañía? Sea como fuere pero nos habían robado malamente, con alevosía, premeditación y ventaja. Todo lo reunido en catorce años de trabajo esforzado lo pusimos en una sola canasta. La cosa pintaba lindo, por supuesto. Pero más grande que la expectativa fue la desilusión. Una desilusión grande del tamaño de Auquibamba. Para nosotros la conquista del Paraíso se llamaba Auquibamba. Era la suma de todo lo bueno que nos podía ofrecer el mundo. Era al mismo tiempo la culminación del logro más grande, como el desafío al esfuerzo, a la imaginación y la creatividad. Teniendo Auquibamba lo tenías todo.
Nos lo quitaron de la peor forma. Degradando al individuo de la peor manera. Bastó un papel firmado entre gallos y media noche y cargar la mala intención de unos cuantos zurdos disfrazados de funcionarios para quitarnos todo, pagando con otro papel que al final no llegó a valer nada, ¡Absolutamente nada!
Pero para nosotros lo más doloroso fue ver desfilar a nuestro padre, agachado, avergonzado por una culpa que no era la suya. Verlo ir a esconderse donde nadie pudiera encontrarlo fue doloroso. Todos sabíamos que si no se pegó un tiro fue justamente porque era demasiado valiente para hacerlo. Esa era la solución fácil. Aguantó años de años como un varón. Pero el daño hecho a todos los suyos fue inenarrable- Nadie discute si era necesaria o no la reforma agraria. En muchos lugares seguramente era muy necesaria. Pero eso no está en discusión. Lo grave fue entregar la ejecución de esas medidas a un grupo de resentidos que hicieron tabla raza con la dignidad no solo de los despojados, también con la de los agraciados. Estos recibieron la tierra sin estar preparados para afrontar esa responsabilidad. Sin créditos ni semillas. Solo con una carga ideológica que desgraciadamente no se come. Si se hubiera echo un trabajo serio y responsable, con apoya técnico y tecnológico, otro cantar hubiera sido la reforma Agraria. En vez de una pesada carga de la que aún no podemos salir, hubiera sido un impulso hacia el progreso. Cada propietario que por selección natural tenía ese lugar, debió convertirse en industrial, permitiendo así que los escasos recursos acumulados se convirtieran en el motor del desarrollo, en el progreso regional basado en la transformación y valor agregado de lo que se produce en cada zona.
Tal ves el peor comportamiento de los políticos, sea esa ideologización insana, de los diversos grupos políticos que hacen tabla raza del trabajo anterior y cual colones modernos tratan de descubrir la fórmula y solución de todos los problemas a su propio estilo y conveniencia. Cuando tendremos un pacto político de largo plazo que por fin nos y nos traiga un soplo de esperanza y verdadero progreso.
Pero todo esto va, a que luego de muchos años encontramos nuevamente nuestro Auquibamba con la participación el la privatización de la energía eléctrica. La energía era el punto de apoyo para recuperar todo lo demás. Y como negocio era de los mejores. Nunca pudimos sospechar que los mafiosos argentinos se habían coludido rápidamente con en inefable Montecasinos. La promesa de darnos la dirección gerencial que al principio parecía sincera por haberles abierto las puertas de un gran negocio, pronto quedaron innecesarias, y con el apoyo de la mafia se hicieron cargo de todo sin el menor recato. Lamentablemente varios socios peruanos, que juntos llegaban al 50 % de las acciones en ves de trabajar mancomunadamente, se hicieron comprar y por el contrario fueron los que presentaron a los argentinos al dueño del Perú de ese momento. A partir de entonces se quitaron la careta y usaron la política de la desvergüenza. Se sentían con los derechos adquiridos para la impunidad y llevaron adelante una administración que solo puede llevar el título de desvergonzada, saqueadora de los recursos de la empresa para llevárselos a Argentina e impune, pues claramente estaban violando las leyes, pero resguardados del castigo que merecían por el vendedor y comprador de conciencias.
De allí nació la idea de tomar del estado una compensación de un millón de dólares. Y si fuera en energía mucho mejor.
Todo este proceso nos llevó a moler piedras, material que por más que uno se propusiera jamás llegaría a terminarse. Triturar trescientas toneladas de mineral por día era una manera imaginativa de lograr nuestros propósitos. Por supuesto del dicho al echo hay mucho trecho, así que algunas semanas se trabajaba bien otras a medias y otras casi nada Pero el promedio de esos primeros tiempos quedo en cien toneladas por las que se nos pagaba a seis dólares por tonelada. De estos tres se empleaba en pago de personal y otros gastos generales. Un dólar y medio era el pago de energía del que se pagaba solamente el 20 %. Un dólar y medio era la supuesta utilidad que casi nunca veíamos pues la empleábamos en ir mejorando las máquinas los patios de almacén y otras prioridades que a medida que avanzaba el trabajo se tenía que hacer.
Lo que aquí importa es la compensación que este era estrictamente 1.30 de dólar por tonelada que multiplicado por 26 o mejor aún por 25 ya que se descansaba los domingos y cada mes había también algún motivo para parar un día. . Así pues la compensación forzosa era de 1.3 por 100 por 25. O sea 3,250.00 dólares. Al parecer una buena suma pero si lo veíamos desde el punto de vista del tiempo que nos llevaría llegar al millón de dólares, era una ardua tarea de años. Si consideramos que los dos primeros años fueron iguales, y recién al tercero se concretó lo de las trescientas toneladas calculamos que debíamos trabajar un promedio de 10 años. Eso si una vez alcanzada la meta nos propusimos con toda la seriedad del mundo parar las máquinas, pues no estábamos dispuestos a trabajar para el estado ni un solo día más de lo necesario.
Y claro, nos considerábamos una especie de mártires trabajadores del estado, a quienes se les había encomendado la tarea de compensar
a esa pobre familia despojada reiteradamente de sus bienes materiales. Cumplido el último dólar, colgaríamos los guantes o más bien renunciaríamos a trabajar para ese estado padrastro de sus propios hijos.
A los tres años se nos ocurrió la posibilidad de depositar en una AFP, los recursos que se iban recaudando. Así los despojados y sus descendientes podrían tener una pensión adecuada para poder pasar sus últimos años filosofando acerca de todos los Auquibambas que los malos gobernantes arrebatan a los peruanos en sus equivocadas políticas, cuando de lo que se trata es todo lo contrario, Al que sabe hacer algo hay que ayudarlo a mejorar de modo que lo que aporta al estado sea creciente y al fin una puerta para el futuro. Cuántas industrias no han muerto de un solo sablazo demencial de los eternos “salvadores” del Perú.
Lo que no habíamos previsto era que las actividades conexas a la molienda de mineral, nos llevarían a otras actividades en diferentes ciudades por lo que fuimos incorporando a varios miembros de la siguiente generación, que estaban como estudiantes universitarios. Al principio ellos hacían pequeñas tareas en su tiempo libre. Compraban repuestos, hacían gestiones ante empresas, en fin compraban y vendían todo lo necesario para que la actividad no paralice. Luego como muchachos versados en las enseñanzas modernas y más avanzadas nos fueron sugiriendo que ampliáramos las actividades hacia otros servicios, como el chancado de materiales de piedra para la demanda de los constructores de carreteras y otros usos parecidos.

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