EN LA SELVA DANZAN LAS ESTRELLAS
La política es una cosa curiosa. Tanto desmán habían hecho en el país los militares, que nosotros éramos sus críticos. Y no de los blandos, sino de los críticos duros. Ello era producto de lo que podíamos ver en nuestros continuos viajes. Había necesidad y desesperanza. Se notaba claramente que para políticos y conductores de la cosa pública, a los militares la camisa les quedaba ancha, muy ancha, empezando por el “Cojo”.
Con el tiempo aprendieron bastante, pues como en toda institución, entre ellos también había gente inteligente y con muchos deseos de darle al pueblo algo de las tantas promesas que habían hecho los dirigentes. Fue un período que se hizo muy largo, desde el año 1968, hasta el 75.
Lo que podemos rescatar era que tenían una política nacionalista. Esta tenía, por supuesto, dos caras. Una positiva, que permitía el surgimiento de industrias nacionales, que sustituyeran la falta de importaciones en algunos rubros. La otra cara, por supuesto, era negativa. Como el país no estaba muy endeudado, los militares aprovecharon para hacer las cosas con el fácil trámite del endeudamiento externo. Bastaba llenar unas cuantas cuartillas, tramitarlas a las entidades financieras correspondientes, y milagrosamente venían los préstamos, dando una falsa idea de prosperidad. Como todo lo que se consigue con facilidad no es apreciado, los dineros se gastaban sin ton ni son. No hay nada en un país que sea tan dañino como el dinero mal invertido, porque luego éste no será productivo y para devolver los préstamos no hay de dónde tomarlo, por lo que al pueblo hay que cargarle más impuestos. En aquella época en el mundo había mucho excedente de capitales y el trámite para conseguir préstamos era muy fácil. Las entidades y países que prestaban dinero tampoco eran rigurosos en los requisitos para el otorgamiento de los préstamos. Se contentaban con recibir las solicitudes y colocar sus recursos
Con la apertura de los gobiernos democráticos, vino también la apertura de las importaciones. Los lobbies, en este sentido, habían caminado rápido, y se hizo una apertura brusca y sin un estudio minucioso. Sólo se mencionaba, grosso modo, que si las empresas nacionales podían competir eficientemente con las extranjeras, no tendrían por qué preocuparse, y sólo deberían adecuarse un poco y seguir produciendo.
No era cierto. Detrás de esas medidas apresuradas, estaban los gavilanes, como el chinito mayorista y su bien organizada pandilla. Y las víctimas fueron centenares de empresas como la nuestra, que recién estaban entrando en el sistema y tratando de comprenderlo, cuando ya les cayó encima la indiscriminada apertura. Con ella vino, por supuesto, la lucha de las pandillas de importadores, para ver quién era el más fuerte. La lucha era a base de precios.
Nosotros no estábamos ni remotamente preparados para aguantar esas luchas intestinas. La demanda de yucarina se vino al suelo, junto con las demás que se habían prendido de la misma esperanza. Había empresas de todo tipo. Tal vez las que más perdieron fueron las de la línea automotriz. Se habían instalado muchas ensambladoras de vehículos, que tenían sendos programas de una sustitución gradual de piezas y partes, lo que permitió que nacieran como hongos infinidad de pequeñas empresas, que haciendo un esfuerzo considerable, se lanzaron ha fabricar todo lo imaginable para las necesidades de los vehículos.
Nosotros no sufrimos tanto como ellos, que veían desfilar sus instalaciones trabajosamente logradas, por el sendero de las deudas impagas. Casi todos los equipos que habíamos instalado, lo hicimos por nuestra cuenta y al costo de los propios productores, y eso a pedido de ellos mismos. Las inversiones en nuestra propia planta no eran cuantiosas.
Lo que nos afectó mucho, fue que mientras esperábamos a que el gobierno corrigiera algunas medidas, como lo prometió, tuvimos que hacer las ventas a pérdida, y eso fue por más de ocho meses. Cuando llegamos a la conclusión de que sólo habíamos sido engañados, ya habíamos perdido buena parte de las ganancias.
No tuvimos la fuerza ni la claridad para recomponer las fuerzas y emprender un camino nuevo. En un país como el nuestro, donde todo está por hacer, hay mil caminos nuevos todos los días. Pero tal vez no le pusimos el debido entusiasmo, porque quería dedicarle mucho más tiempo al proyecto nuevo que nos estaba embrujando. En plena sierra esta vez, queríamos trabajar todo un proyecto de tecnología nueva y brotada de la necesidad. Este proyecto lo estábamos empujando con mis hermanos. Uno a tiempo completo, el segundo, que era yo, a medio tiempo, el tercero, era todavía estudiante y trabajaba en su tiempo libre, y el cuarto, que era el mayor, daba apoyo financiero y moral.
Todo el proyecto era dedicado a nuestro padre, y con el fin de darle un medio de sustento, pero que al mismo tiempo permitiera la recomposición familiar, que había pasado por tiempos difíciles, gracias a la política de los militares golpistas del 68.
Habían pasado varios años de este régimen, y muchos, con estudios culminados o bien avanzados, nos impusimos esta tarea.
De la experiencia selvática, había mucho que recoger. Sobre todo porque es una región donde emprender cualquier tarea es sumamente difícil y eso te prepara para ser un luchador. Es una zona muy extensa, casi el sesenta por ciento del país. Y está muy poco explotada. Las dificultades son porque aún faltan hasta vías de comunicación. Después de hacer empresa en la selva, puedes hacer lo que sea y te parecerá fácil.
Pero la mejor lección nos la dio la gente, allí se aprende a ser solidario, pero verdaderamente solidario. Pues sólo con esta actitud es posible sobrevivir al reto de vivir en la selva. Es un desafío grande, pero también muy gratificante. Cada año adicional que puedes añadir a tu vivencia es una proeza. Cada peldaño que puedes subir, y hacerlo sin contaminarte con las maneras fáciles de conseguir tu espacio, es un logro de vida invaluable.
Por eso, cuando transitaba por sus carreteras, arreando, como si fueran ganado, cinco o seis camiones Volvo, completamente cargados de producto, me sentía el hombre más feliz. Principalmente porque esas cien o ciento veinte toneladas de almidón, eran una muestra de esa lucha por la vida. El ser parte de ésta, o contribuir con ella, te daba una sensación de libertad intensa, diáfana. Te permitía ver que hay muchos caminos que el hombre puede explorar, y conseguir frutos de la tierra.. Te enseñaba a sentirte parte de la tierra, del mundo, y ver si tenías el coraje suficiente. Si estabas dispuesto a pagar el precio, en tu cuota de esfuerzo e imaginación, la tierra te devolvía ese esfuerzo multiplicado.
Recuerdo que los últimos años de operación empezamos a pensar seriamente en conseguir un préstamo bancario, que era muy necesario para solventar el incremento de nuestras actividades. Como los trámites demoraban, pedimos a los comerciantes de Jeberos que nos facilitaran por dos meses el importe del lote que nos estaban entregando. La respuesta fue inmediata
§ Amigos, cuando se trabaja como lo estamos haciendo ustedes y nosotros, debemos apoyarnos cuando esto es posible. Gírennos ustedes el 10 por ciento de la entrega al llegar a Lima, el 30 por ciento a fin de mes, y al resto pueden darle uso hasta el término del tercer mes.
§ Gracias amigos, dígannos cuánto será el interés....
§ Un momento, el interés se cobra cuando es una operación netamente comercial. Cuando hablamos de apoyo, y se trata de la primera vez, acostumbramos hacerlo sin interés. Si no, no sería apoyo.
§ Pero nosotros quisiéramos compensar vuestra comprensión y.....
§ No crean que no lo hemos considerado. Estamos suficientemente compensados por los servicios que ustedes nos brindan llevando, además del almidón, nuestro barbasco, lo entregan. se preocupan por la cobranza y nos remiten los fondos.
§ Bueno, si lo vemos así, quedamos profundamente agradecidos.
Con esta actitud, nos dieron una buena suma, pues estábamos hablando de cuarenta toneladas de almidón y casi noventa toneladas de barbasco. El barbasco estaba a un promedio de 60 centavos de dólar por kilo. El almidón a 45 centavos de dólar el kilo. Sumando todo, era una buena cantidad.
Sólo firmamos un documento, con las firmas del coordinador de los comerciantes, y yo, representando a mi empresa. Un papel simple, como acostumbraban ellos. Nada de notarios que solo sirven para enredar las cosas y cobrar hasta por el aire que se respira y cada lapicero lo compran a un sol y lo venden por varios miles de soles, a tanto por cada firma. Ni siquiera un juez de paz, que cobra menos pero que no es necesario cuando el alma se asoma a los ojos y puedes ver a través de ellos al hombre correcto y bien intencionado. Nosotros, que viviendo en Lima, haciendo comercio en los mercados, en la Parada, que es el centro de la delincuencia de la capital, debíamos vivir cuidándonos a cada momento de la gente de mal vivir, pero cuando estábamos en la selva, y especialmente en Jeberos, nos sentíamos totalmente transportados a otro mundo. Con el tiempo, aprendimos a adaptarnos a estos cambios. Pero para nuestra cosecha personal, nos quedaríamos viviendo eternamente en medio de la pureza y las costumbres de esa gente admirable que había conquistado su espacio para su vida en medio de la selva peruana. Y era para envidiarlos, pues había logrado en un pequeño claro de las montañas, lo que todo el mundo anhela en todas las ciudades y localidades del mundo, llegar lo más cerca posible a la felicidad.
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