lunes, 8 de octubre de 2007

La tierra prometida


LA TIERRA PROMETIDA



Con los dos lotes, había logrado una utilidad muy considerable. Con el viaje a Lima, igualmente había conseguido dar una vuelta al dinero reunido. Pero no encontraba una actividad permanente, y que me gustara, como para dedicarle todos mis esfuerzos, y hacer producir el dinero, tan providencialmente conseguido.
Conversé con mi amigo, el ingeniero Enrique. Me dio algunas pautas generales, era una persona de mucha experiencia, pero en su línea de trabajo. Sólo atinó a indicarme que en unos años, ésta sería una zona muy próspera, pues tenía todo para convertirse en una ciudad muy importante y con mucho comercio, y por ello me aconsejó dedicarme a la línea comercial.
Era un buen consejo, pero no terminaba de convencerme. Yo era un hombre de acción, y estar sentado, esperando la llegada de los clientes, era contrario a mi carácter.
Luego de unos días, en forma casual, me encontré con mi padrino de matrimonio, y le fui con la misma pregunta. Él fue quien me aconsejó llevar las cuentas a la capital del departamento.
§ Pues claro, ahijado, me dijo, justamente lo estaba buscando, como sabe, yo frecuento tanto esta ciudad como la capital del departamento, allá se está alquilando un lindo fundo, que está en pleno funcionamiento. Las dueñas son tres señoritas solteronas que viven en Lima. El fundo estaba administrado por el hermano varón, pero ellas no están conformes con ese arreglo, por lo que han resuelto arrendarlo, siempre y cuando se les dé el importe de un año por adelantado. Es una buena oportunidad, ahijado.
§ Gracias, padrino, le decía, pero ya no escuchaba lo que hablaba, ya estaba soñando con llevar a mi esposa a una casona antigua y prestigiosa, y trabajar al mando de un sinnúmero de trabajadores.
§ Yo estoy viajando este fin de semana, si usted quiere, vamos juntos, y aprovecho para presentarle a las dueñas.
§ No faltaba más, mi gran amigo, estaré en su fundo a primera hora.
Ese proyecto sí que me entusiasmó. Era algo a la medida de mis sueños. Pero no tenía idea de que el dinero pudiera ser suficiente. Hasta el fin de semana, casi no pude dormir. Despertaba a mi esposa, a las tres o cuatro de la mañana, y no la dejaba dormir con mis comentarios y temores.
§ Y si alguien nos ganó la mano y ya lo tienen alquilado, le decía, he debido proponerle al padrino viajar de inmediato.
§ A no preocuparse tanto, me contestaba, si Dios quiere que hagamos eso, estará la oferta esperando, si no, ya se presentará otra cosa.
Ella era muy estimada como profesora. Había estudiado en el Pedagógico Nacional de San Pedro de Lima, de donde salían los profesionales más destacados del país .A ella le daba igual estar en Andahuaylas o en Abancay o en cualquier otro sitio, siempre se necesitarían sus servicios y hasta se disputarían los colegios o escuelas por contar con ella, eso lo sabía bien. Pero yo necesitaba dedicarme a una actividad que estuviera a la altura de la de mi esposa, eso ella parecía no entenderlo, al principio. Pero me escuchaba con paciencia mientras me revolcaba de un lugar a otro sin encontrar sueño ni sosiego.
Por fin llegó el día. Salí a caballo, muy de madrugada, pues eran unos buenas cuatro horas de camino a muy buen paso. Antes de que el hombre se levantara, ya estaba yo esperando.
Se sirvió un opíparo desayuno, mientras él me daba algunas instrucciones, sobre quienes eran las personas con las que íbamos a tratar, y como se debía abordar el asunto.
Fueron unas buenas enseñanzas. Felizmente, había llevado en una pequeña maleta un terno muy presentable, que traje de Lima en mi último viaje. Me lo puse, y estuvimos prontos a abordar el coche de mi padrino y amigo.
El viaje nos demoró más de seis horas, por lo que estábamos llegando al fundo en alquiler, hacia las seis de la tarde. Nos recibieron con mucha urbanidad y cortesía. Desde el inicio, se percibía un ambiente refinado. Las dueñas parecían esos personajes de las películas o de las novelas, que a mi esposa le gustaba leer, y que a veces compartía conmigo. Sus vestidos eran muy elegantes, la casa hacienda también parecía casi una ciudadela, por la cantidad de dependencias que tenía. Nos invitaron a alojarnos por esa noche, y a asearnos para tomar los alimentos a las ocho de la noche.
Mi acompañante, conocedor de las costumbres de estos lares, se había puesto un terno blanco y una corbata muy elegante. Yo tenía un bonito terno, por supuesto, pero comparado con el de mi amigo, parecía algo tosco. Más bien el hombre, prevenido, había llevado una corbata de más, y que hacía juego con mi terno, así que la sacó oportunamente y me la entregó con estas palabras.
§ Tenga usted, como un presagio de un buen negocio, ahijado. Estoy seguro de que se llegará a un buen acuerdo. Con estas niñas no hay que apurarse, paciencia y buen humor. Lo demás, caerá por su propio peso. Lo importante, es que ya me averigüé con don Rufino, el administrador, que no han alquilado todavía la propiedad. Hay varios postores, pero no hay arreglo aún. Así que estamos a tiempo. Ahora quiero verlo negociar, igual que lo hizo con el señor Silva..
§ La verdad, padrino, me parece que me he metido en camisa de once varas. Es una propiedad inmensa, seguro que por ella piden una cantidad que está fuera de mi alcance.
§ No se deje impresionar por las apariencias, ahijado. Es cierto que es una propiedad muy bonita y muy productiva. Pero son pocos los postores. No está muy buena la situación económica. Y si no hay acuerdo, quiere decir que las propuestas han estado bajas, y yo sé que usted está en condiciones de hacer una buena oferta.
§ Pero mire esa vaquería, y esos caballos. He echado una mirada a los cañaverales, y nunca había visto una cantidad tan grande de caña junta, no sé que decirle, compadre.
§ Para eso está aquí su padrino, no se preocupe, Alfonso.
La cena fue en un inmenso comedor muy bien decorado. La vajilla, de primera y con tal cantidad de cubiertos, que era para marearse. La comida, de muy buena calidad, aunque yo comí muy poco, por la preocupación que me dominaba, pero no dejé de apreciar la calidad de la comida..
Mi amigo me había indicado que él me avisaría si era prudente tratar el tema durante la comida, pero en todo caso, sólo se haría la introducción, dejando las cosas para conversarlas al día siguiente, posiblemente en el escritorio de la administración. Todo tenía su lugar con estas señoras o señoritas. Y cada cosa tenía que ser tratada en el lugar correspondiente.
Luego de la comida, se pasó a la sala, alfombrada por supuesto, con unos enormes cuadros de la escuela cuzqueña en las paredes. Se iba a jugar unas partidas de canasta. Felizmente, conocía el juego, si no, hubiese pasado unos momentos difíciles. Ése fue el momento escogido por mi amigo, para comentar.
§ Me he permitido, pues, honorables amigas, traer al señor Alfonso Bustamante Rosas, pues es un gran empresario en tal ciudad, y tenía el deseo de conocer vuestras propiedades. Y si el caso amerita hablar de negocios, puede ser posible.
§ Si el señor está interesado en conocer la propiedad, con mucho gusto daremos una vueltas, mañana antes del desayuno.
No se hizo más comentario, y se continuó con el juego, hablando de todo menos de negocios. En verdad, me encantaba todo lo que estaba ocurriendo, pero no encontraba la forma de encajar mis deseos, y proceder de una vez por todas a tratar directamente lo que habíamos venido a tratar. Todo este rodeo me hacía pensar que se estaba escapando de mis manos el premio gordo de la lotería. Sobre todo, imaginaba la cara que pondría mi querida esposa, si le diera la sorpresa de vivir en esta hermosa propiedad.
Al día siguiente, según lo convenido, salimos a recorrer las tierras. Para ello, nos esperaban unos hermosos caballos alazanes y castaños, con sus excelentes monturas. Para mí, habían destinado un hermoso animal. Brioso, grande, pero dócil a la rienda y al mando del amo. Me complació este detalle de parte de las dueñas, y fue eso, y una serie de pequeños detalles, lo que me permitió ir logrando la seguridad y aplomo que se necesitaba para lograr una buena impresión en las damas, que estaban atentas a todo. Pues a ellas, más que el dinero, parecía importarles la seguridad de tratar con personas serias, que garantizaran una buena administración, y por lo tanto, el pago oportuno de los arrendamientos.
Con el recorrido, me enamoré más de la propiedad, en determinado momento estuvimos cerca de una pequeña colina desde dónde seguramente se tendría una magnífica visión, así que espoleando a mi cabalgadura me fui a paso vivo hasta lo más alto de la lomada. Que hermosa visión, desde allí se veían claramente los cañaverales jugando con el viento, los alfalfares con los animales paciendo en ellos, se distinguían también grupos de árboles y otros en hileras bien formadas que separaban los terrenos sirviendo de cortavientos. Las huertas y la casa dominando el conjunto con su hermosos campanario, era verdaderamente el paraíso. Fue en ese momento que me propuse luchar con todas mis fuerzas para conseguirla. Luego del desayuno, se realizó una reunión entre las dueñas y mi amigo. Seguramente, para tratar sobre los antecedentes del postulante. La reunión fue larga, mientras se encomendó al mayordomo hacerme conocer la falca, el trapiche y otras instalaciones, que me dejaron con la sorpresa en el rostro. Pasadas unas buenas dos horas, se me mandó llamar para tratar sobre negocios.
§ Nos ha comunicado don Herminio, que usted estaría interesado en nuestra propiedad.
§ Efectivamente, señora, tienen ustedes una linda propiedad, y me encantaría poder trabajar en ella. Soy joven, y con las energías necesarias para manejar bien todo esto.
§ Como habrá visto, es una propiedad extensa, por lo que la mensualidad es de mil soles, lo que significa doce mil soles al año, los que deben ser pagados por adelantado.
Me asombró mucho el precio, era muy alto, pero también accesible. Yo tenía dieciséis mil soles, si aceptara, me quedarían cuatro para el trabajo, y eso me parecía insuficiente, por lo que resolví luchar.
§ Señorita, dije, a pesar de ser una propiedad muy apreciable, ésta sin dinero, no funciona, así que hay que considerar esos detalles, que sumados a un año por adelantado, significan un esfuerzo considerable. Dadas estas razones, ofrezco a ustedes la cantidad de ocho mil soles, a ser pagados de inmediato, y remitirles mensualmente lo necesario para los víveres que ustedes requieren en la capital.
§ No estamos tan apuradas señor, dijo con una sonrisa la menor de las hermanas, pero que era la que llevaba la voz cantante en los negocios, pero su audacia nos agrada. Su entusiasmo también. Vamos a dejar este asunto en diez mil anuales, y demos por terminado el negocio. Antes que dinero, nos interesa una persona honrada, trabajadora y cumplida, y por la recomendación del señor Trelles, usted tiene esas cualidades.
§ Que sea el punto medio para que el negocio prospere, intervino mi padrino. Nueve mil, es el punto medio exacto entre las dos propuestas.
Sonrieron las doñas, ante la sorpresiva anotación, y haciendo una concesión a nuestro mediador, aceptaron con agrado. No podía creer que se había hecho el milagro. Quería salir afuera y ponerme a saltar de pura alegría, pero mirando la serenidad de mi padrino supe contenerme. Por la tarde, nos fuimos en el mismo vehículo de don Filiberto hasta la ciudad, donde con intervención de abogado y notario, se culminó y oficializó la operación.
Terminado el trámite y firmado el documento, las propietarias me indicaron que se quedarían unas tres semanas todavía, pero que no habría ningún inconveniente, pues ellas se retirarían al ala este del edificio, donde dejarían un departamento con sus pertenencias, lo que no interferiría en nada con las operaciones productivas.
Eso de hablar de alas nomás, todavía me daba mareos, la casa principal tendría unas quince habitaciones, y fuera de ello, a los extremos tenía dos edificios más, lo que las señoritas llamaban las alas.
La propiedad tenía de todo, una buena cantidad de vacas lecheras, que convinimos en que me serían vendidas, varias docenas de hectáreas con alfalfares. Caña de azúcar en unas cincuenta hectáreas, y otros cultivos de pan llevar de todo tipo. Fuera de ello, había tres huertas, con todo tipo de frutales, café, cacao, y todas las especies de verduras. Prácticamente no había necesidad de ir al mercado, todo lo producía el fundo, y si algo faltaba se traía de la parte más cálida o de la parte más fría, donde había tropillas de carneros, llamas, y alpacas. Y caballos de carga.
Confrontado con mi amigo, le dije.
§ Y ahora que hago, padrino, no tengo ni la más remota idea de por dónde empezar.
§ Todo va por partes y cucharadas, mi amigo. Ya dio usted el gran paso, ahora nos comemos el carnero pedacito por pedacito, ¿conforme?
Seguía mirándolo desesperado.
§ Sé de muchas cosas, amigo Filiberto, pero de caña nunca, yo soy más de ganado, en eso sí me defiendo, ¿pero con la caña qué hago?, solo se me ocurre hacerla picar en pedacitos y dársela al ganado, ¡por dios¡
§ Hace unos años, administraba el fundo un pariente de esta familia, llamado Rufino Herradas, podemos contratarlo a él, y lo dejamos trabajando, mientras usted termina de hacer sus cosas en el otro pueblo, y dándoles tiempo a las señoritas, para arreglar sus cosas e irse de viaje.
Buscamos a don Rufino, quien quedó encantado con la propuesta. Era ya una persona de edad, que había educado a sus hijos, y se encontraba solo, y extrañando la vida del campo. A mí también me gustó esta persona. Sin duda, el padrino pensaba en todo. Y tal vez él mismo habría querido tomar el fundo, pero tener la cantidad que las chicas pedían, era cosa seria.
La relación con el señor Rufino me cayó de perlas, pues cuando me presentaba a sus amigos y relacionados de la ciudad, y éstos se enteraban de que era mi administrador, un señor de esa experiencia y de una familia tan respetable, de inmediato impresionaba a la gente, sobre todo a los que más me interesaba conocer, como los gerentes de los bancos, de las empresas y de todas las instituciones. Eso me permitió entrar en los círculos sociales, por la puerta grande.
Luego de una semana, en que dejamos las cosas caminando convenientemente, me fui a ver a mi familia con la buena nueva.
§ Señora, le dije a mi esposa, creo que conseguimos lo que andaba buscando, un lugar donde podrá usted reinar como su rango y belleza lo merecen.
§ Dirá usted señor, un lugar donde usted pueda mandar a su gusto, me contestó risueña mi querida esposa, y que eso es lo que le gusta a usted.
§ A ti también te gustará señora, es un lugar increíble. Es la tierra prometida con que siempre he soñado.
§ Por el momento yo no puedo ir, pues faltan tres meses para que terminen las clases.
§ No tendrás que dictar clases señora, sólo tendrás que reinar sobre tus vasallos.
§ Si se trata de trabajar, lo haremos, aunque yo prefiero la ciudad, como bien sabes.
§ No solo es trabajo señora mía, se trata de dar un salto muy grande a un mundo muy diferente y eso solo podremos lograrlo juntos y muy unidos.
§ Lo veo tan entusiasmado caballero que parece haber encontrado un tesoro. De mi parte he prometido ante el altar estar contigo en las buenas y en las malas. ¿Pero que será de mi madre… de mis padres?
§ Ella vendrá con nosotros, ahora más que nunca tengo presente su promesa de estar con nosotros para remplazarte en la cocina.
§ ¿Que dices? A mi madre…
§ Es solo una broma, allí hay una legión de cocineras, doña H.. sólo tendrá que disponer y dar su visto bueno.. pero si les enseña a preparar algunas comidas que ella hace, yo seré el hombre más feliz de la tierra. Tu mamá tiene una cualidad increíble.
§ No creo que se decida a dejar todo lo que tiene, y la responsabilidad de tanta gente que depende de ella.
§ Una vez que conozca el sitio que Dios ha reservado para nosotros verás que se necesitan muchas manos para hacer un poco de lo que hemos soñado. Hay mucho campo y tu padre también podrá hacer todo lo que le gusta, Le pondremos un tallercito donde estará muy a gusto y haciendo los mil inventos que a el le gustan.
§ Le convencerá de que deje encargado a alguien de confianza su horno.
§ Dile simplemente que es una medida temporal. Una vez que se acostumbre allá, nada podrá moverla de estar con sus nietos.

No hay comentarios: