DANZA LA PELTON
Colaboraban con él mi hermano mayor y el primo Lucho, quienes, montados en buenos caballos, hacían la supervisión de las zonas alejadas, colaborando con don Rufino.
Lo que había que evitar a toda costa, era que yo me presentara en algún lugar de trabajo. Eso quería decir que se había informado de algún problema en dicho lugar, y que el responsable sería reprendido. Por lo demás, mi lugar preferido eran las falcas de destilación, o el trapiche de molienda de caña, donde se concentraba la mayor cantidad de actividad. Las máquinas no solo me entusiasmaban, me fascinaban. Una gran rueda hidráulica daba fuerza a una cantidad considerable de máquinas. Principalmente, por supuesto a las inmensas bocamazas de molienda de caña. Eran tres cilindros de acero que movidos por engranajes de diferente dimensión se movían a velocidad diferente triturando todo lo que se asomaba a sus fauces. Cada una pesaba varias toneladas, convirtiendo en un misterio el problema de su traslado hasta donde estaban ubicadas, en tiempos en que no había ninguna carretera. Dada la geografía serrana se trataba de todo una odisea que daba material para tejer mil historias, cada una más inverosímil que la anterior y que servía para animar las tertulias que se organizaban después la cena de las noches y que servían para reclamar al sueño. Pero ingeniosamente se había sacado fuerza hacia unos ejes que estaban instalados en el techo y de allí por medio de poleas y otros ejes se daba movimiento a otras salas de trabajo, como el taller de carpintería, para el aserradero de tablas, y para movilizar un inmenso torno de madera, que labraría y tornearía las patas de los muebles que allí se producían. Para el taller de herrería había un pequeño ventilador, que se conectaba a voluntad, para ventear el carbón cuando se necesitaba calentar los hierros de las herramientas. Yo no sé de dónde salía el trabajo, pero esos dos talleres, de carpintería y herrería, siempre estaban ocupados. Había también un inmenso torno metálico el mismo que solo se usaba cuando llegaban los alemanes a reparar alguna máquina. Estos señores recorrían en forma itinerante las haciendas haciendo mantenimiento de las máquinas. Si era necesario remplazar alguna pieza deteriorada o rota la fabricaban en el gran torno, lo cual era un gran acontecimiento y todos querían estar presentes en el taller cuando eso se hacía.
La llegada de los alemanes era todo un acontecimiento además de técnico, social, ya que los amigos de los otros fundos y propiedades arreciaban con sus visitas en tales ocasiones. Eso se debía a que los alemanes no viajaban solos, lo hacían con sus esposas y sus hijos. Mientras los varones se dedicaban a las artes de sus oficio mecánico, las mujeres lo hacían dedicándose a preparar verdaderos manjares. Su especialidad eran los quesos y los embutidos. Para esas ocasiones se les hacía esperar varias vacas escogidas y con buena leche, pues los quesos mantequillas y yogures que salían de sus manos eran apreciados por todos. Todas las señoras también querían aprender esas linduras, pero pocas lograban ingresar a los secretos que las alemanas tenían. Para los embutidos, igualmente había que hacer esperar varias docenas de porcinos bien gordos y bien alimentados. Pronto estos se convertían en exquisitas cecinas, lomitos ahumados, jamones y salchichas de todos los tamaños. Todo esto hacía la delicia de los paladares de los comensales que para eso sí se reunían en tropel alrededor de la mesa. Aún perfuma en mi recuerdo esas sesiones inolvidables que era para verdaderos groumets. Del cerdo no se desperdiciaba absolutamente nada, dejando asombradas a las amas de casa, pues hasta la sangre que ellas botaban tenía lugar en unas excelentes morcillas que eran un plato de reyes. Los platos que salían de esas recordadas sesiones, son materia de un libro especial que seguramente haremos una vez terminado éste.
Al otro extremo de estas instalaciones, se hallaba la rueda Pelton, que generaba energía. Con la misma agua, se generaba fuerza para los dos procesos, en una instalación muy ingeniosa, y muy bien diseñada. Esta energía, además de darnos luz eléctrica, nos daba la corriente eléctrica suficiente para mover los motores del torno, con el que se producían piezas para la maquinaria, o se torneaban algunas a las que se les hubieran dañado los ejes. También movían los motores de las centrífugas donde se refinaba el azúcar, así como el motor de la empacadora, que no sé por qué, tenía instalados un sinfín de ejes en el techo, que por medio de varias fajas, movían una prensa que empacaba el algodón, ya despepitado, en otra máquina. Ésta debió ser una actividad muy importante antes, pues las instalaciones eran de buena envergadura, y el salón para este trabajo, también era muy grande.
Me puse a pensar que este lugar había sido hecho expresamente para mí, y que a mi vez, yo existía porque este lugar había sido hecho a mi medida, para que yo lo hiciera prosperar. Pero ya estaban hechas muchas de las cosas que siempre soñé con edificar. Me propuse firmemente hacer todo lo humano y divino que estuviera en mis manos para comprar esa tierra que no solo me había cautivado, sino que era como un sueño que uno dificulta en aceptar como realidad. No quería ser solamente su explotador, sino que el lugar fuera enteramente mío. Estaba firmemente convencido de que, si uno se propone intensamente algo, termina por lograrlo. Me puse a pensar que el alma que cada uno tiene, tiene un lugar donde encaja totalmente como un molde que estuviera buscando a su modelo, como una mitad de una moneda que hubiera encontrado a su otra mitad para sentirse realizada y tener su verdadero valor en oro.
Todo era perfecto, el clima, la tierra bendita que producía todo lo que humanamente un hombre puede desear. Tenía tres climas principales, y varios más, intermedios. Ciertamente, tenía algunos mosquitos rubios, pero éstos eran molestos sólo al principio. Luego terminabas por no hacerles caso.
Era el trabajo perfecto. No como un empleo, donde tienes que acomodarte a un sueldo. Aquí podías ganar de acuerdo al tamaño de tu esfuerzo. Muy poco o mucho. Las herramientas y los elementos estaban ahí, dándote en la cara a cada momento, la tarea consistía en juntar esos elementos de la manera más apropiada y yo sentía que el molde en que me había fabricado era para hacer esas combinaciones. Seguramente los artistas sentían algo parecido a lo mío, un calor inmenso que te daba energía como una fragua que se retroalimentaba de forma inagotable.
Y mi familia era perfecta también. Mi esposa, la mujer que siempre había soñado, una mujer no sólo profesional de nota, sino una mujer culta y delicada. El único defecto que tenía era que no sabía cocinar, pero eso se subsanó fácilmente, cuando le dije a mi suegra.
§ Me caso con su hija, señora, siempre y cuando usted nos acompañe, y cocine para mí.
§ Por eso no faltará, joven, que por una hija, la madre puede hacer eso y más.
Se lo dije en broma, pero ella lo tomó muy en serio su promesa, y como lo dijo, lo hizo. En los primeros años, cocinó en vez de su hija, y debo confesar que lo hizo maravillosamente. Tenía una mano divina para los potajes que siempre me gustaron.
Luego de enseñarle lo principal, se preocupó por enseñar a una cocinera, para que su linda hija no lo pasara mal. Con los años, dejó sus inmensas propiedades y se vino definitivamente a vivir con nosotros, y supervisaba minuciosamente a las cocineras del fundo, con mano férrea, pero principalmente con ese sabor armonioso y exquisito de sus potajes, y ese perfume de amor y don de gentes que dejaba a su paso. Pero ella fue mucho más allá de su compromiso original. Con mano sabia me ayudaba en todo lo humano y lo divino. Al parecer también sintió la magia y el encanto del lugar al que Dios nos había guiado. Me ayudaba con mucho tacto en el manejo de los negocios, sin hacer sentir la autoridad que había ganado en su pueblo. Tenía una mano especial para criar a sus nietos, dando su preferencia por el tercero de mis hijos, por haberlo criado cuando se asomó la tercera hija antes de lo que esperábamos. Desde entonces se creo entre ambos una relación que duró más allá de la muerte. Tengo que aceptar que de ella aprendí muchas cosas. Por ejemplo a u inicio yo me sulfuraba muy rápido con pequeñas contrariedades, lo que me hacia perder buenos negocios o alejaba de mi a buenos colaboradores. Sutilmente me hacía comprender que quién esta arriba no solo tiene derechos sino también obligaciones, una de las cuales era el respeto por todos los que nos rodean.
Pero quiero aprovechar para decir que fue su ejemplo y su tesón el que me sirvió de guía para todo lo que me propuse hacer. Ella viviendo en un pequeño pueblo había sido capaz de organizar toda una ingeniosa industria para poder educar a sus hijos. Usando como herramienta un horno de pan, sembró trigo todos los años. Lo sembraba en un valle cálido a más de 50 kilómetros de dónde vivía. Lo cosechaba y lo trasladaba a más de 100 kilómetros, hasta la capital de la provincia para hacerlo moler. Luego lo volvía a trasladar hasta el pueblo donde los transformaba en exquisitos panes, galletas, tortas, bizcochos y cuanto pudiera dar la imaginación y las solicitudes de sus clientes. Sembraba papa, la cosechaba, la transformaba en almidón o mandioca como la llamaban en esos tiempos, para lo que juntaba a veinte o treinta mujeres que con sendos ralladores que hacía fabricar a su esposo, rallaba la papa por semanas enteras para poder extraer la fécula, una vez cernida la masa. Con el almidón fabricaba unos requisimos vizcochuelos y bizcotelas que eran solicitados en toda la provincia y demás pueblos vecinos. Se hizo de una fama que tras.. las fronteras de la provincia y convirtió su negocio en una verdadera empresa industrial. Con ese dinero mandó a sus hijos a la capital de la república. Y sus hijos fueron el primer ingeniero civil de toda la región y la primera profesora titulada en un centro de prestigio como era San Pedro, en Lima. Y con … visionaria siguió juntando dinero para trasladar sus actividades a la capital Lima, pues su misión era dar a su familia un lugar apropiado en el mundo. Lo juntado durante varios y difíciles años lo llevó con la idea de comprar 10 has de terreno en Lima. Y aquí viene la anécdota que trajo a esa hija tan bien cultivada a mis brazos. Resulta que su esposo que era uno de esos señores de una inteligencia soberbia, pero que no son seres para este mundo. Era el típico hombre que llamaban siete oficios y catorce necesidades. Era muy ingenioso en todo lo que hacía y de sus manos salían maravillas, pero no tenía en mínimo concepto del valor de las cosas. Todo lo que hacía lo regalaba con una magnanimidad de mejor causa. Este señor llegando a Lima quedó prendado de esos vehículos que recién llegaban a la capital que eran los automóviles. Se propuso tener uno, pues lo maravilló a tal extremo que se pasaba largas horas frente a los escaparates de la tienda que exhibía esos vehículos. No sabía como abordar el tema ante su consorte, que con los pies bien plantados en la tierra era la que mandaba sobre la economía de la familia.
Uno de esos días vio lo que de inmediato pensó sería su salvación. Un camión que había llegado y que era el vehículo de carga de ese entonces, Sería seguramente de los que cargaban unas tres o cuatro toneladas según los registros periodísticos de la época. Fue con la novedad donde sus amigos pues se propuso con gran empeño averiguar en que se podía emplear esos interesantes artefactos. Ellos le dijeron que unos amigos estaban ganando buen dinero trayendo sandías y otras frutas desde Ica. Con eso le bastó al buen hombre para ir corriendo con la novedad donde su patrona. Le expuso el tema adornado de mil flores y sobre todo indicando que con ls prontas utilidades no solo se pagaría el camión sino que se compraría un terreno mucho más grande. ya habrán adivinado ustedes que luego de mil razones la señora llegó a pensar que por fin su consorte había encontrado el buen juicio y a partir de entonces contribuiría con la economía del hogar. Se dio la prima del camión, se buscó un chofer que por entonces había poquísimos i cobraban una fortuna por conducir. Por supuesto no había una carretera formal hasta Ica y gran parte del trayecto se hacía por los arenales. Se llegó a hacer algunos viajes, todos con resultados en pérdidas por uno u otro motivo. Don Leoncio que así se llamaba el príncipe consorte, más de ocupaba en estudiar cómo habían construido el coche que en subsanar las cuentas y administrar el negocio. Lamentablemente no había cambiado mucho. No lograba percibir que las letras que había firmado tenían una fecha en que se debían pagar, por lo que éstas se fueron acumulando, así como el sueldo del chofer. A esto se agregó que en el último viaje se habían descompuesto varias piezas del camión las que había que comprar para seguir caminando. La bolsa de la matrona empezó a enflaquecer hasta que dijo basta. La compañía recogió el camión y la familia se quedó sin camión y sin terreno. Eso motivó el retorno decepcionado de la señora Hortencia aun trabajo que conocía bien y que creía superado hacia nuevos horizontes. Pero mal de algunos en bien de otros. El retorno fue para mi una bendición, pues había conocido a la linda profesora an las vacaciones que pasó en su pueblo y estaba que bebía los vientos por volverla a ver. Y no se si la surte o la tragedia fueron las que la trajeron a mis manos, pero desde entonces hice lo inaudito por conquistar su corazón y la vida me ha compensado con creces el empeño.
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