lunes, 8 de octubre de 2007

DANZA DE BALAS


DANZA DE BALAS




El segundo lote fue entregado sin problemas, y por más de lo que se había pactado. A partir de ahora, había que tener más cuidado, ya todos habían corrido la voz de que estábamos detrás de buenos negocios, así que era mejor poner atención a las cosas. Por eso, pedí a mi ex compañero que me ayudara un mes más, pidiendo el permiso respectivo, y ver si se podía contar con otro efectivo que estuviera de vacaciones.
§ No te hagas problemas, compañero, sólo lleva un poco de dinero para los adelantos, lo demás págalo con cheque. A los paisanos les encanta tener un pretexto para viajar a la capital de la provincia, y más para darse el lujo de cobrar un cheque, pavonearse con las chicas y hacer sus compras del mes.
§ .Buena idea, señor guardia, perdón comandante le dije, pero de todas maneras necesito tu apoyo, aunque sólo sea por un tiempo.
§ Me he acostumbrado contigo, jefe, eres bueno haciendo las cosas y pagas bien, mejor que en el cuerpo. El Comisario te estima bien, me dijo que habían trabajado por Grau, seguro que si se lo pedimos, me dará una comisión para esos lados en que andamos.
§ Eso haremos amigo, y consigue un arma más para las posibles eventualidades.
Diciendo y haciendo, ya estábamos tras el tercer lote, que prácticamente nos esperaba en los corrales. Sólo nos quedaba esperar la pequeña punta que habían ido a buscar los amigos, y estaba próxima a llegar. Como quedaba tiempo, le propuse a Ramírez irnos por una zona de la que me habían hablado hacia poco, y tenía buena fama. No estaba ni cerca ni lejos, así que resolvimos llevar caballos de recambio y viajar a trote rápido. Para esto, tenía una mula de paso llano y muy aguantadora. Cada uno se llevó dos caballos más para volver rápido a cargo de un peón que nos llevaba bien el paso.
La corazonada surtió efecto, encontramos una buena cantidad de ganado, de un señor que había juntado un lote de cincuenta animales, y los venía preparando para llevarlos hasta Ayacucho. Con fiesta y buen licor logramos convencerlo para que nos los vendiera, con un pago adicional de premio, y con la ventaja de un nuevo contrato para dentro de dos meses, por un lote igual.
Me pareció de fantasía salir arreando tantas cabezas, sólo a cambio de un papelito que dejé al hombre, por todo su ganado. Él quiso protestar, pero ya nosotros estábamos sobre el caballo, y las reses caminando.
Todos se esmeraban, tratando de cumplir más allá de las metas. Por ello, y considerando el ganado que había quedado para levantar el lote, pasábamos largo de los trescientos animales, con los que emprendimos pronta marcha.
Me adelanté, para ver los detalles y contratar otras pasturas, ya que las que teníamos serían insuficientes. Fue una buena medida, ya que trescientos animales comen una buena cantidad de forraje en una semana.
En el camino nos esperaba una emboscada. Desde una colina nos recibieron a punta de tiros conminándonos a entregarnos. Por las armas se trataba por lo menos de seis maleantes, pero por la puntería se veía que solo dos de ellos sabían manejar las armas. Felizmente estábamos preparados para esa eventualidad. Nosotros en total, éramos cuatro. Mi amigo el policía, y mis dos ayudantes. Por precaución nos habíamos separado en dos grupos. Yo iba adelante, con mi asistente Hilario Cuevas, cuando sentimos que nos disparaban desde un roquedal, conminándonos a rendirnos y a entregar todo el dinero. Pero más bien pienso que lo que querían era dispersar el ganado, y aprovechar la oscuridad para alzarse con una buena cantidad de éste. Nos protegimos bien, y respondimos al fuego. Mi asistente tenía buena puntería, y por mi parte, había recibido entrenamiento en las fuerzas policiales. Mi amigo, que venía atrás, al escuchar los tiros, de inmediato trató de rodear el terreno y salir por encima de los que estaban disparando. Esto los cogió entre dos fuegos, y los desconcertó. Salieron a escape, y eran siete u ocho montados, que se tiraron como pudieron hacia una quebrada para salvar la vida. Al parecer se trataba de cazadores de vicuñas los que siempre andan bien armados y alguien debe haberles comentado del movimiento de ganado que últimamente se estaba haciendo.
§ Tú tendrás que perseguirlos, compadre, le dije a mi amigo, pues estos mostrencos no pueden estar rondando donde el ganado se ponga en peligro.
Le di a los dos ayudantes y continué camino. A partir de entonces, había que cuidarse más aún, estaba casi seguro que se trataba de esos malditos cazadores de vicuñas, que son insaciables y están casi siempre fuera de la ley.
Ya en el pueblo, a los tres días, me comunicó el policía que había perseguido a los atacantes, hasta que se metieron en las quebradas que dan al río Pachachaca. Además, habían identificado a dos de ellos, preguntando en los caseríos por donde pasó la correteadera.
§ Estese tranquilo jefe, que no les di la oportunidad de hacer nada contra el ganado, que debe estar mañana en sus corrales.
§ Gracias, camarada, no se arrepentirá usted del apoyo que me está prestando.
§ Esos bandidos no creo que se vuelvan a asomar amigo, pues me puse el uniforme y por donde pasé dejé el mensaje que eran perseguidos por una fuerza especial de la Guardia Civil y que a cargo estaba el más maldito de los civiles, el mismito Teobaldo Martínez.
§ Ojalá compañero que con eso sea suficiente, pues los otros amigos estarán en la misma ruta y pocos de ellos disponen de armas.
§ Pues será cosa de ir a darles una mano mi amigo, que para eso me tiene usted aquí. Iré como a dar un paseo con unos amigos que están con ganas de conocer esos rumbos. Pero de los que nos atacaron no hay que preocuparse, ahorita deben estar escondidos en alguna cueva, temblando todavía del susto. El problema es que estas cosas se propagan rápido y puede haber otros forajidos que quieran tentar a la suerte.
§ Felizmente están en buenas manos nuestras cosas camarada.
Muy temprano nos fuimos hasta la quebrada, donde llegarían los animales. Éstos llegaron, con la única nueva de que se había muerto un toro, que se desbarrancó en un paso difícil. No había nada que hacer, por lo que los arrieros y mis amigos, sólo procedieron a desangrar y despellejar el animal, que trajeron en los caballos. Era un animal joven, por lo que hicimos con él buenos caldos, y de las mejores partes una parrillada, que resultó reconfortante, luego del difícil viaje.
Muchos ya habían olido el derrotero de mis entregas, y querían saber de todo. Al llegar al campamento de mi amigo Enrique, éste los hacía pasar a su elegante oficina les invitaba un buen traga y con mucha amabilidad les indicaba que el comprador era él, y si querían cualquier trato, que hablaran conmigo, que era su representante. Qué buen amigo resultó este don Enrique, siempre me guardaba las espaldas, así yo no se lo hubiera pedido.
Esta vez, Silva demoró unos días. No lo tomé a mal. Por el contrario, sirvió para despejar a los moscardones, que por allí se habían dejado ver. Pero a los tres días, estaba clavado en el sitio, con su amplia sonrisa, y lo mejor, sus frescos billetes, que estaban dando que hablar en toda la región.
Recibido el lote, lo trasladó a los corrales de carga, distantes unos veinticinco kilómetros. Allí le planteé el asunto de que, habiendo entregado ya cerca de los seiscientos animales, se entregaría el resto en una sola entrega en vez de dos. Le gustó la idea, y así quedó acordado. También manifestó que si se excedía un poco la cantidad de animales, de lo tratado, lo recibiría con agrado.
Baste contarles que ya no fue necesaria mi intervención para el pequeño saldo que quedaba. Los hermanos Rojas, parientes míos y que habían destacado en la recolección, se hicieron cargo. No era mucho trabajo, ya que la mayor parte ya estaba en los corrales del pueblo, tomando forma a base de buen forraje.
A los veinticinco días acordados, estábamos liquidando, sobre la base de los ochocientos del compromiso. Se entregaron, en total, ochocientos dieciséis, calculando la cantidad de camionadas, que trasladaban unos doce a catorce animales, por cada carga.
Yo quedé muy contento, pues las ganancias obtenidas eran casi la mitad del total que Silva había pagado. Y ello, pagando generosamente a todos los que participaron en la operación. Todos querían saber cuánto se había ganado, pero aconsejado por mi padrino, don Filiberto Trelles, trasladé gradualmente la mayor parte de las utilidades a un banco de otra ciudad. Si los empleados del banco comentaban algo, darían sólo los saldos que en la cuenta habían quedado, así que todos quedaron conformes.
Pero el asombrado era yo. Las utilidades obtenidas, una vez sacadas todas las cuentas, excedían lo que hubiera podido ganar siendo policía diez años.
Pensé en hacer algo con ese dinero, pero continué trabajando con el ingeniero, hasta ver qué se me presentaba, por lo que al mes, para mi sorpresa, volvió a presentarse Silva. Quería otra cantidad parecida, indicando que estaba muy conforme con el ganado entregado, que le rendía muy bien en el peso, y no como otro ganado que, según indicó, parecía inflado con aire y no respondía en la balanza.
Yo no sabía qué decir. Realmente estaba agradecido con Dios y con el destino, que me había puesto en el momento adecuado y en el lugar preciso. Estaba agradecido con las personas que me apoyaban, y me mostraron otra cara del mundo por primera vez en mi vida. Hasta entonces, había vivido un poco resentido por los problemas familiares y porque pensaba que no merecía un destino tan duro.
El nuevo contrato quedó fijado en 900 reses, y la primera entrega sería el mismo año, y las otras tres al año siguiente, pues ya se aproximaban las lluvias. De remate, entregó un adelanto, lo que colmó las expectativas de todos. Cuando la suerte estaba de mi parte agarraba con fuerza mi moneda de plata, parecía que ese pequeño redondel metálico tuviera virtudes extraordinarias. Desde que me lo entrego mi madre no se separó de mi. Lo tenía en dispositivo especial de mi pantalón, el mismo que mandaba incluir en cada uno de mis ternos o pantalones de montar. Protegido por un botón de cierre era imposible que se me pudiera caer.
Mis muchachos ya estaban preparados, y lo mejor de todo, les encantaba estar correteando de aquí para allá, en calidad de representantes de un empresario, el que hacían más o menos grande de acuerdo a la necesidad de las circunstancias. Y como todos eran jóvenes, los resultados con las damitas de los diversos pueblos eran materia de competencia entre ellos. Los muchachos ya no llevaban dinero, sólo unos cheques, con los que se pagaba por los animales. Ya todos se habían pasado la voz de que esos cheques eran muy seguros, y para los mismos ganaderos era más conveniente. Con este sistema al final de la jornada se juntaban todos los pagos realizados y se sacaban las cuentas con cada uno de los contratistas, ya que éste carácter tenían seis de mis amigos, a los que ayudaban otros tantos y con quienes compartían sus ganancias en base a acuerdos personales entre ellos.
Aproveché el invierno para viajar a Lima. La capital era un hermoso lugar para pasar el verano. Como a todo hombre andino me llegaron a fascinar las playas, donde nos trasladábamos en grupo tomando el tranvía. Las amistades me ayudaron a comprar algunas cosas que eran muy necesarias para mejorar mi apariencia. Como es lógico, el principal motivo de mi viaje era que estaba enamorado. Tenía que comprar regalos para mi amada, y sobre todo para mi suegra. Ésta era una matrona famosa en todos los pueblos de los alrededores. Era la única persona que había logrado educar a sus hijos en la capital de la república. Pero no sólo eso, sino que lo hizo en los mejores centros educativos superiores. Eso la hizo más famosa y respetable.
En esa personita, en la hija de esta gran señora, recientemente llegada desde Lima, había puesto mis aspiraciones. Ahora sí estaba preparado para ello, y tenía que lograrlo.
En Lima, visité a mis amigos. Sobre todo a aquellos de la fábrica textil donde había trabajado con un italiano que se encargaba del mantenimiento de las máquinas. Con él congeniamos mucho desde que nos conocimos. Este me propuso quedarme a trabajar, incluso me dijo que estaba gestionando la instalación de una pequeña planta de textiles para fabricar medias. Le ayudé durante dos meses, y luego consideré que mi destino ya estaba echado y tenía que seguir para adelante. Lo que pesó más en mi decisión, lógicamente fue el amor. Yo, el hombre duro que había tenido mil aventuras y que no creía en las patrañas que llamaban amor, estaba seria y definitivamente flechado. Fue un verano inolvidable que me permitió sobre todo entender que siempre había sido bien querido y estimado por mi familia y por mis amigos. Y seguramente eso permitió curar las heridas y ahuyentar los resentimientos de mi infancia y hacer de mi un hombre de bien. Me despedí también de toda una etapa de mi vida cerrando con piedra y lodo una puerta para poder abrir otra. Así que terminé con mis cosas, me despedí de los familiares y amigos y enrumbé nuevamente a los andes bravíos, a cumplir con mi contrato y con mi destino.
Apenas llegado al pueblo, ensillé mi fiel tordillo con una montura nueva que había comprado en Lima donde un famoso talabartero de la calle Plateros, y de inmediato me puse a trabajar. Mis amigos habían avanzado mucho a pesar de las intensas lluvias, y en tres meses dimos cuenta del expediente, como se dice y en las mismas condiciones que el primer pedido. Las últimas entregas las hicimos con bastante dificultad, porque las reservas de ganado bueno y maduro prácticamente se habían agotado en nuestra zona. Silva estaba informado de ello, así que no me insistió en una nueva entrega. Agradeció el esfuerzo desplegado y la preocupación por la calidad de los animales, y nos despedimos como buenos amigos.
Entre tanto, había conseguido el consentimiento de la señora Hortensia, y estaba de novio con su linda hija. Luego de un corto noviazgo, como era de esperarse, nos casamos. De mi parte no quise esperar mucho ya que era un sueño, que apenas podía creer haberlo podido hacer realidad. Al final Doña Hortensia de ser mi adversaria había pasado a ser mi mejor aliada. Logré con ella una afinidad que ya quisieran muchos yernos y no tuve que esforzarme mucho. Para ella lo único valioso en un hombre era su capacidad de trabajo. Bueno no solo eso, también le agradaba un trato amable y respetuoso y que el postulante no careciera de inteligencia. Al parecer tenía un trauma, Ella misma se había casado con un hombre muy inteligente, también laborioso y respetuoso. Lo único que le faltaba al esposo era poner los pies en el suelo. El hombre era un verdadero artista. Era el típico 7 oficios y 14 necesidades. Ella atendía a su marido con amabilidad, no extenta de amor, pero también con mucha condescendencia. Se había resignado a que no aportara económicamente al hogar. Ella había tomado la sartén por el mango y era quién organizaba todas las actividades productivas. Su centro de operaciones estaba en un gran horno de panificación, de donde salían todas las maravillas que consumía el pueblo y muchos otros pueblos de los alrededores. Tenía unas manos mágicas para hacer desde panes, galletas y pasteles. Mandaba sobre una legión de 20 señoras que se afanaban en torno a una gran mesa de trabajo y a quienes dirigía con una mezcla de cariño familiar y energía innata. Desde allí la rodeaba una infinidad de actividades que organizaba con gran determinación y sentido común. Desde las actividades agrícolas como la siembre de trigo para que no faltara trigo en el horno, y todos los productos que irían a la mesa para alimentar a los 40 0 50 personas que trabajaban para ella, Otra actividad importante era la cría de ganado, para lo que cultivaba extensas pasturas.
Yo la llegue a apreciar y a admirar sin ningún recato. Lo que había logrado construir sobre la base de una pequeña herencia familiar era asombroso. Por ejemplo para hacer esos agradables biscochuelos que salen de su horno, tiene que hacer sembrar la papa, cuidarla, cosecharla, luego hacer rallar la papa con 10 ó 15 mujeres, de allí obtener el almidón, hacerlo secar y gurdarlo cuidadosamente para que dure todo el año. ¿Quién no ha degustado de esas pequeños manjares en pequeños rectángulos que salen del horno mágico de mi suegra? Son delicadezas que todos aprecian y compran y que llegan hasta la capital de la provincia. Con estas armas mi querida suegra se fue ganando el cariño de la gente. De mi parte no podía menos que admirarla. Y por supuesto casarme con la niña de sus ojos.
§ Querida suegrita, le decía cuando ya contaba con su confianza, si su hija tiene la mitad de cualidades que usted, me habré llevado el premio gordo de la lotería.
§ Hay don Alfonso, me contestaba, para una madre que pasa tantos trabajos, educar a sus hijos debe ser lo más difícil. No queremos que les falte nada a ellos.
§ Pero usted suegrita cumplió más que nadie mandando a Lima a sus hijos. Mandarlos a Huamanga ya hubiera sido bastante, Con eso ha dado un ejemplo a mucha gente.
§ Hay que hacer las cosas bien Alfonso, o mejor no hacerlas.
§ Pero con la escuela que tiene usted en su casa me imagino que le habrá enseñado a su hija a cocinar esas maravillas que usted prepara.
§ Hay está uno de los problemas, hijo, ella a nacido para otras cosas más importantes, pero si es necesario yo misma iré a donde vayan ustedes a cocinar en lugar de ella

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