DANZA UN ANDACHO
Eran días difíciles en la Selva Peruana.
§ Amigos, a ustedes los manda mi ángel guardián,….. resulta que ya tengo como cuatro toneladas de harina y no sabía dónde venderla. En Pucallpa compran, pero el precio está muy barato.
§ De eso no se preocupe, amigo Cahuana, nosotros seremos sus mejores vendedores. Pero lo más importante es que para conseguir buenos precios hay que hablar de c
§ antidad, ¿Usted podrá producir una camionada por mes?
§ Eso y más, amigos míos, con las máquinas que me han prometido, del resto yo me encargo. No sólo yo produzco yuca. Aquí todo el mundo tiene, y mis paisanos me harán quedar bien. Nuestra colonia andahuaylina aquí es muy numerosa y nos ayudamos en todo.
§ Las máquinas estarán aquí en dos semanas, ¿podrá dar inicio de inmediato?
§ Caray muchachos, yo soy un cholo andahuaylino. ¿O te has olvidado de cómo somos para el trabajo nosotros?
§ Ni hablar, don Anselmo, pero estamos hablando de veinte toneladas.
§ Caray, joven Carlitos, eso no es más que una tonelada por día. Papayita para mí.
Fue muy reconfortante el encuentro con este buen hombre. Sobre todo porque significaba un buen augurio al inicio del trabajo y por el trato familiar que tuvimos desde el principio. Era como encontrar un miembro de tu propia familia, para darle una responsabilidad de bastante cuidado. De inmediato nos pusimos a diseñar como y en dónde estarían las instalaciones. No fue difícil, pues él ya tenía muchas cosas avanzadas, incluyendo un galpón techado, el mismo que sólo recomendamos ampliar de acuerdo al tamaño del eje que vendría y las máquinas que se instalarían a sus costados. Que alegría era para nosotros, que habíamos ido pensando en un proceso gradual, ya que la preparación de estas cosas demora, sobre todo porque la producción de la materia prima no se puede apurar. En este caso se tomaría producto que ya estaba listo para el mercado de consumo, pero sería derivado a la industria por este hombre, que era bien visto por todos. Para remate de buenas noticias, toda la planta sería financiada por el mismo señor Anselmo Cahuana, dejando para nosotros una buena utilidad, por la venta de los equipos.
Mientras llegaban las máquinas, nos fuimos hacia Pucallpa. Nos enteramos de que allí, por ser una ciudad grande, se comercializaba el almidón en regular cantidad y la yuca también era usada por los madereros y pescadores para hacer fariña. Seguramente el nombre y la costumbre vinieron del Brasil. La fariña consistía en hacer remojar la yuca por tres o cuatro días y cuando estaba suave se hacía secar al sol para luego terminarla de secar por medio de un tostado a la plancha. Este producto era muy apreciado para los hombre que debían internarse en el monte por días o semanas. Solo tenían que ponerle un poco de fariña en una jarra de agua para luego consumirla como un jugo espeso y nutritivo acompañándola de un trozo de pescado seco, charqui de carne o cualquier producto que hubieran encontrado en el monte. Ahora era la oportunidad de utilizar los sembríos que habían preparado para la fariña y destinarlos para el almidón de yuca, con el incentivo de pagarles un poco más que los otros compradores.
Resulta que los selváticos usaban el almidón para hacer una especie de pasteles para las fiestas, hacían unas rosquitas cuya masa se prepara con harina de yuca y huevos, se cocinan en agua hasta que la rosquita flote, luego los ponen en el horno, saliendo unas rosquitas pálidas y aparentemente sin sabor pero que a los selváticos les alocan. Y no sólo a ellos. Cuando nosotros las probamos, queríamos seguir comiendo y comiendo sin parar. Tienen un nombre sugerente. Las llaman rosquetes. Y también tienen otro tipo de pelotitas, llamadas ñutos .
Las panaderías y las señoras dedicadas a estos menesteres pasteleros, eran abastecidas por pequeños productores artesanales. Fuimos detrás de estos y no encontramos alguno que garantizara un trabajo adecuado. Eran productores que se dedicaban a ello, mientras tuvieran su chacra de yuca. Terminada ésta se dedicaban a su verdadera actividad de madereros, de pesadores u otra parecida.
En el inmenso pueblo sólo encontramos a una que haría un trabajo que no llegaba a la mitad de la producción del amigo Cahuana. Lo que sí fue positivo fue que recogimos referencias de un pueblo ya cerca del río Marañón, del que se comentaba que era un buen productor de almidón de yuca. Al verlo en el mapa, estaba lejísimos, pero se podía ir a este pueblo por avioneta. Como aún nos quedaba tiempo, resolvimos tomar la avioneta hacia Tarapoto y de allí veríamos en qué podíamos trasladarnos al pueblito indicado. Tarapoto era una de las bases de nuestro amigo Herman, por lo que apenas llegamos, buscamos a nuestro socio. No estaba en el aeropuerto, pero era fácil ubicarlo por radio. Así que lo llamamos, y éste nos recomendó a otro amigo que conocía bien la región. Apenas ubicado el amigo, llamado Buster, lo abordamos.
§ Amigo, venimos por recomendación de Herman, quisiera que nos dé unos minutos.
§ Los amigos de mi amigo son mis amigos, contestó el aludido.
§ Gracias Buster, es poca cosa lo que buscamos. Queremos llegar a un pueblito llamado Jeberos.
§ ¿Y para qué quieren ir a ese fin de mundo?. No hay nada interesante por allí. Si van de turismo, hay un montón de lugares que les puedo recomendar, y hasta llevarlos yo mismo.
§ Es que nos hemos templado de unas monjitas, que nos han dicho que trabajan por allá, contestó mi socio.
§ Nos han dicho que son buenos productores de almidón de yuca, dije aclarando.
§ ¡Ah! Si necesitan almidón, ése es el lugar apropiado. Entonces, busquen ustedes a Florencio Reátegui, tengo entendido que tiene carga para volar allá, si tienen suerte les podrá llevar, así se ahorran un viaje por río de tres días.
§ Gracias, amigo.
En el mismo aeropuerto, encontramos al piloto Reátegui, y para suerte nuestra le faltaba la mitad de la carga para volar hacia el pequeño aeropuerto de Jeberos. Quedamos en hacernos cargo de lo que le faltaba si nos trasladaba con prontitud.
§ El vuelo no dura más de treinta y cinco minutos. Ahora ya es muy tarde para el permiso de vuelo, lo haremos mañana a primera hora.
§ Entonces, hasta mañana, amigo.
Nos despedimos alegres, pues la suerte nos estaba ayudando mucho. El dinero del chinito era poco, pero queríamos sacarle hasta la última gota, avanzando lo más posible para procurar entregas rápidas. Otro lenguaje no entendía ese pirata de las importaciones. Nada para de aquí a seis meses, ni un año. Además, si queríamos hacer negocio, teníamos que darle la mano, antes de que se le acabara el stock.
Esa noche, recorrimos algunos bares interesantes de la noche tarapotina. Había lindos lugares, como el Tropicana, La Laguna Azul y otros de los que perdimos la cuenta, distraídos en admirar sus lindas mujeres, con las que bailamos, cantamos y charlamos hasta altas horas de la noche.
Muy temprano, nos halló ya en el aeropuerto. Nos sentíamos muy expectantes con este viaje. Ya en el aire, gozábamos del paisaje. Qué libertad se sentía desde el aire, en estas frágiles naves de seis pasajeros. Con Herman ya habíamos tenido la oportunidad de volar bastante, pero siempre teníamos esa aprehensión que da estar en las alturas, sin ser propiamente pájaros.
Treinta y cinco minutos después, estábamos avistando el pequeño poblado. Lo que nos llamó de inmediato la atención, fue una blancura cuadrada al centro del pueblo. Pero todo los alrededores eran también de color blanco, un blanco menor que el del cuadrángulo pero blancos también.
§ Piloto, amigo, qué ocurre con este pueblo, por qué ese color tan diferente de la greda roja o gris que se ve en la mayor parte de la selva.
§ Ése es el atractivo de este pueblo, todo es de arena blanca. Allí no encontrarán barro. Si llueve, a los pocos minutos la tierra estará igual, casi seca. Lo verán ustedes por sí mismos. Lo que sí debo decirles es que no podré venir a recogerles, porque rara vez hay carga o pasajeros para este lugar. A no ser que me contraten para un vuelo completo.
§ No seas abusivo, pues, amigo Reátegui. Pero seguro que habrá otros pasajeros o carga, le llamaremos por radio.
Bajamos y con nuestros maletines y escaso equipaje nos dirigimos al pueblo, despidiéndonos del amable piloto.
Lo primero que quisimos ver era el cuadrángulo, y a qué se debía ese blanco, más blanco que el que estábamos pisando, pues éste ya sabíamos que era arena blanca. Cosa muy rara, esta arena en la selva, porque era de una blancura que ni en las playas habíamos visto.
La blancura mas blanca era sencillamente la plaza de armas del pueblo, completamente llena de plásticos, en los que se secaba almidón al sol. Los pobladores se habían repartido en partes iguales todo el cemento de la plazuela central, y cada uno secaba en su parcela el almidón que había preparado.
La mitad de la plaza pertenecía a una cooperativa fomentada por las religiosas. La otra mitad a un grupo de pobladores que trabajaban con los comerciantes. Todo estaba bien repartido en ese pueblo. Con justicia y equidad. Además nos encontramos con otra sorpresa. ¡En ese pueblo, no existía la propiedad privada!. Esto para nosotros era una sorpresa y fuente de asombro.
Todo el pueblo se dedicaba sólo a dos cosas: Sembraban yuca para hacer almidón, y barbasco, que hacían secar y vendían a una empresa exportadora de Lima. Con esas dos actividades en las que trabajaban arduamente todos los miembros de cada familia del pueblo, vivían lo que llamaríamos en prosperidad. Los únicos empleados públicos eran los maestros (que en sus ratos libres también trabajaban con el resto del pueblo) y el gobernador, que al no haber mayores conflictos que atender trabajaba igual que todos los mortales el la fabricación de almidón.
Cuando se acercaba la fecha de siembras, se juntaba todo el pueblo y cada familia solicitaba la cantidad de terreno que dedicaría a la siembra de yuca y de barbasco. Sin discusión, se le asignaba la cantidad solicitada. Si el año anterior había estado cerca del pueblo, este año le tocaría un área más alejada. Y a los que habían estado más lejos, les tocaría más cerca. Como sería la estrategia de la comisión directiva, que todos quedaban contentos, y luego del reparto, a seguir trabajando. No se conocía un sólo ocioso o desocupado. Era como el modelo de la sociedad perfecta. La riqueza obtenida se repartía entre todos equitativamente. Cada cual recibía de acuerdo a su trabajo, incluyendo a los jóvenes y niños. Todos tenían parte en el reparto de la torta comunal, pero también en las responsabilidades. La extensión sembrada estaba matemáticamente calculada de acuerdo al número de miembros que tenía la familia. Si era hombre, pues x hectáreas. Si era mujer, un poco menos, si era joven, dos tercios de un adulto, y si era niño, la mitad.
Si alguien se enfermaba, lo que era muy raro, los demás miembros se encargaban de hacer su parte del trabajo. Luego el enfermo devolvería el servicio una vez ya sano y sabía sin ninguna libreta de apuntes, exactamente cuántas jornadas debían y con quienes estaba en deuda. Pero lo que nos llamó la atención era que allí si se podía decir que cada niño nacía con su pan bajo el brazo. Y para ser mas exactos con una yuca bajo un brazo y con una raíz de barbasco en el otro A cada uno de ellos se le asignaba una porción de terreno suficiente para su sustento. Mientras no tuviera edad la parcela era trabajada por la familia, pero apenas pudiera hacerlo se encargaba, en forma muy natural, de sus obligaciones. Y no era que tuvieran jornadas extenuentes o pareciera que los mayores explotaran a los niños. Toda el pueblo era como una gran escuela, donde desde la más temprana edad aprendían lo que es el trabajo y la responsabilidad. Y no era tampoco que los niños solo se dedicaran al trabajo y no jugaran, todo lo contrario, eran los niños más alegres que he conocido. Se los veía en grupos a la orilla del río pescando, bañándose o simplemente jugando entre ellos, mientras hacían sus tareas como si fuera un juego. Para los trabajos más duros se juntaban los clanes grandes o familias ampliadas, intercambiando los aportes medidos rigurosamente en jornadas de trabajo y cantidades fijas de almidón de yuca. Como circulaba poca cantidad de dinero, casi todo era medido en kilos de almidón, que muy bien remplazaba al dinero, lo que daba al pueblo un encanto especial, al menos para nosotros. Todo estaba medido de acuerdo a la fuerza y a la necesidad de cada miembro del clan y tenía sus correspondencias que encajaban armoniosamente. No había animales de tiro, que ayudaran a transportar la carga, como habíamos visto en otros lugares de la selva central, pero habían acondicionado unas carretas que eran jaladas por varios de ellos. Las llantas eran bastante anchas para que no se hundieran en la arena. Con este simple aparato podían llevar varias toneladas de yuca o barbasco en un solo viaje, lo que hacían los más jóvenes en medio de risas y como si se tratara de un deporte. Mas tarde, cuando ya trabajaban con nosotros acondicionamos un motor de esos que ellos llamaban peque peque (Brick Straton) a un sistema de polea que por medio de una corona ayudaba a mover los carretas. También les pusimos una ingeniosa manera instalación de luz. Se trataba de instalar un simple dínamo de camión en medio de la corriente del río. Se escogía una parte con bastante correntada y se anclaba allí un pequeño bote, en medio del cual se instalaba una rueda con paletas para que fueran movidas por la corriente. Eso era suficiente para hacer producir energía, al igual que si estuviera en un camión en movimiento. Con esto podían cargar sus baterías, que eran muy utilizadas para los radios. Una ves entendido el funcionamiento ellos mismos instalaron varios de estos aparatos lo que les permitía contar con luz, sin tener que gastar en gasolina. Otra cualidad era que si aumentaba la creciente del río con las lluvias, el botecito solo se levantaba y el único efecto era que la luz era más intensa. Pero esto fue mucho más adelante, cuando ya existía una gran amistad entre nosotros y es materia de otro cuento.
- No me habría imaginado, decía Mario, ni en el más imaginativo de mis sueños, que existiera un pueblo como este en nuestro propio territorio.
- Para mi también Mario, ha sido una grata sorpresa Conozco la mayor parte del Perú, pero no había visto algo igual. Las comunidades andinas y las nativas donde he estado tiene características muy interesantes, pero hay mucha diferencia de la forma como han organizado este pueblo.
- Seguramente a recalado por acá algún cura soñador y les ha dejado las cosas tan bien organizadas. Pero ahora aparte de las monjitas, que ya encontraron las cosas así, no hay nadie que les imponga vivir de ésta manera, y sin embargo siguen una especie de tradición.
- Tradición basada según veo en el respeto por ciertas normas y a que saben elegir a quién sabe hacerlas cumplir.
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