lunes, 8 de octubre de 2007

DANZA EL BURRITO


DANZA EL BURRITO


¿Y el burrito cumple?


Arreglé todos mis asuntos pendientes. Cobré lo que debía cobrar, y pagué lo que estaba pendiente de pago. Tendría que cancelar todos mis asuntos en esta ciudad, pues el trabajo que me esperaba era arduo y no me permitiría venir con frecuencia. Convinimos con mi esposa, en que viajaría con dos de los niños, y el tercero se quedaría, por el momento, con su abuela.
El trabajo de la hacienda era un desafío, duro y difícil, pero eso era lo que en realidad me agradaba. Un trabajo al aire libre, que tuviera toda mi atención, pero que fuera productivo, y con una compensación económica, adecuada al esfuerzo realizado. Desde temprano recorría a caballo el campo acompañado de don Rufino. Cada recorrido era una lección del viejo, que me iba haciendo conocer las cualidades del terreno.
§ Esta parte don Alfonso es apropiada para sembrar alfalfa, mire la calidad del suelo y dispone de agua suficiente para el regadío.
§ Bien don Rufino, y dígame además de la caña y el ganado, que otra cosa se puede trabajar que sea rentable.
§ Pues hay que sembrar algodón. Hace unos años era una actividad muy productiva, y se cuenta con instalaciones para procesar la cosecha y hasta empacadoras.
§ ¿Y que se hacía con el algodón?-
§ Pues tela. De la misma forma que se hacen los tejidos en telares en las alturas, aquí se hacía una tela de algodón que era muy solicitada. Pero en la actualidad lo que se hace es vender el algodón a las fabricas de la costa. Para eso son las empacadoras.
§ Parece un buen negocio.
§ Lo es, y tenemos la ventaja de que aquí se produce algodón de diversas variedades y hay también de varios colores, lo que no se da en la costa.
§ Pinta bonito el asunto amigo Rufino.
§ Producir para la costa será el negocio del futuro, hay que poner empeño en ese asunto. Por el momento es un poco difícil porque la carretera es nueva, pero la capital crece muy rápido y se están instalando muchas fábricas de extranjeros.
Finalizado el año, fui en busca de la familia. Los traje, y los instalé espléndidamente. Había un buen taller de carpintería, donde mandé construir unos sólidos y hermosos muebles de dormitorio. A mi esposa que le gustaba la lectura, y escribir frecuentemente, así que le mandé hacer unos hermosos muebles con un escritorio al centro y bibliotecas, en su salita de descanso, donde podría dedicarse a lo que realmente le agradaba. Su biblioteca, sus libros, y revisar sus revistas argentinas, a las que ya estaba suscrita cuando me casé con ella.
Mis dominios estaban en el primer piso, a un extremo del edificio. Era una oficina de cinco por seis metros, con un escritorio inmenso, que dominaba todo el recinto. En el otro extremo había muebles de sala, para recibir a los amigos. Pero pegadas al escritorio estaban unas sillas más bien bajas. Cuando quise hacerlas cambiar, don Rufino me aconsejó no hacerlo.
§ A pesar de que es usted alto, el que está detrás del escritorio debe dar la impresión autoridad y dominio total.
§ Pero don Rufino, con este inmenso escritorio, ya se impresiona a cualquiera.
§ Esa es su finalidad. Por eso mismo, el sillón está a una mayor altura, y las sillas donde se sientan los empleados son más bajitas. Verá usted que con algunas personas, esa ventaja es de gran utilidad. Con los amigos, por el contrario, usted debe estar al mismo nivel.
§ Usted sabe muchas cosas, don Rufino, veo que no sólo la administración es su especialidad, sino también las relaciones humanas.
§ De eso se trata, amigo, hacer producir una propiedad no es cosa sencilla. Se deben conocer todas las facetas de los seres humanos, pues ellos serán los que con sus cualidades o defectos, nos permitirán tener pérdidas o ganancias.
Buenas lecciones me dio don Rufino. Me gustaba como estaba organizada la empresa. Tenía una parte agrícola, que se trataba de producir para el mercado productos de pan llevar. Se cultivaban, asimismo, dos líneas de productos agroindustriales, el algodón y la caña de azúcar. El algodón se empacaba y se enviaba a las empresas de la costa. La caña, en cambio, se procesaba produciendo tres artículos. Azúcar semirrefinada en pequeña escala, chancaca, que era un producto muy solicitado, y aguardiente de caña, producto que tenía una fama bien reconocida. Lo venían a buscar de lugares muy lejanos.
En forma complementaria se mantenía una buena crianza de vacas lecheras, y ganado de engorde. Sin ser el negocio principal, también se criaban, en las zonas altas, alpacas, llamas, y ovejas, cuya saca era una sola vez al año. En los corrales había una buena cantidad de caprinos y ovejas que se renovaban constantemente, porque eran parte principal del menú diario, algunas docenas de cerdos, caballos de paso, de buen porte y raza, así como una buena cantidad de mulas, y varias parejas de bueyes, que eran los encargados del transporte de la caña, en grandes carretas. Los bueyes que jalaban las carretas de caña parecían montañas. Habían sido criados especialmente para esa labor. Recorrían los campos con su paso lento y cansino, pero en cada carga llevaban buenas toneladas de caña. En cambio las mulas, de las cuales había unos 60 animales se encargaban de transportaban la caña de los campos con difícil acceso para los bueyes. Eran unos animales maravillosos que andaban con buen paso todo el día. Su alimentación lo hacían con el cogollo de la caña mientras el encargado cargaba al resto de la piara o mientras se descargaba la caña. Cada año se hacía la renovación de algunos animales que ya habían cumplido con su trabajo, para lo cual se disponía de una tropilla de 20 yeguas de buena alzada acompañadas de un burro hechor que había sido traído de la costa con ese exclusivo motivo. El animal al parecer sabía bien que estaba en sus dominios, pues levantaba la cabeza y exhibía sus partes paseando en medio de su harén. De inmediato don Alfonso pensó que la tropilla podía crecer rápidamente pues en su pueblo había bastante crianza de caballos. “Aquí hay un buen negocio” dijo, siempre atento y con buen ojo para las oportunidades.
§ Y el burrito cumple con su trabajo don Rufino? Preguntó.
§ Cumple como los buenos don Alfonso, sino mire usted las mulitas, ahí tiene cuatro que el próximo año ya empezarán a trabajar y por eso están siendo amansadas-
§ Tiene buen porte el animal, ¿de dónde lo habrán traído?
§ En Ica, hay un señor que se dedica a la cría de éstos animales. Tienen que ser de buen tamaño para que las mulas respondan a este duro trabajo. El hombre que vende estos animales sabe bien su oficio.
§ En poco tiempo tendremos cuatro o cinco de esos burritos señor Rufino le dijo al administrador, tome usted nota, pues los hacendados de los alrededores deben necesitar esos animales.
§ Usted es rápido don Alfonso para el negocio, efectivamente hay mucha gente que viene de muy lejos buscando estos animales, pues cuando están bien alimentados y entrenados son animales que no tienen precio.
§ En cuanto a la comida
§ Pues aquí como habrá visto abunda la comida, empezando por el cogollo de la caña, que en otros lugares como en la costa se quema, aquí se aprovecha para los animales cortándolo antes de que la caña entre a la molienda.
§ Y bueno la tierra abunda…
§ Claro cuando falta forraje se siembra avena y cebada en la puna y de eso se hace un buen alimento balanceado con que se engorda a los animales para la venta.
§ Estoy muy contento don Rufino, parece que Dios hubiera diseñado este lugar, respondiendo exactamente a la necesidad de mis sueños y de mis mas caras oraciones. Aquí hay tanto que hacer. Es un paraíso donde el hombre solo tiene que pones su imaginación y arrimar el hombro.
§ Yo también estoy muy contento don Alfonso, es un gusto trabajar con un empresario joven y que tiene el empuje que usted tiene.
Había una efervescencia de actividad contagiosa. Se contaba con dos mayordomos, encargados de los diversos trabajos.. Cada uno tenía muy bien delimitadas sus tareas. La hora del ingreso era a las seis de la mañana, se llamaba “el entable” o en quechua “la quillca”. Allí se formaban los grupos para los diferentes trabajos. Normalmente, había entre cien y ciento veinte hombres. Pero cuando se hacía algún trabajo especial, como nuevas plantaciones, podían pasar fácilmente de los doscientos cincuenta o trescientos hombres.
Con esa cantidad de personal, distribuido en múltiples tareas, la dificultad estaba en los mecanismos de control y supervisión. Esa era la especialidad de don Rufino. Silenciosa, pero eficientemente, todo lo tenía bien vigilado. Para las tareas pequeñas, tenía los jefes de grupo, a quienes daba instrucciones muy precisas, y en cualquier momento llegaba a donde ellos estaban, montado en su brioso caballo blanco, para controlar su cumplimiento. Para las tareas más importantes, estaban los dos mayordomos, detrás de los cuales estaba constantemente, indicándoles los correctivos que tenían que poner, o bien la velocidad con la que tenían que hacer un trabajo.

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