lunes, 8 de octubre de 2007

DANZA LA PODEROSA

DANZA LA PODEROSA


Fue un verano, en el que habíamos trabajado arduamente, en Huaraz, auxiliando a las víctimas del terremoto del setenta. Nos trasladamos con un buen grupo de alumnos de la Universidad, pues el desastre había sido tan grande, que casi se paralizó el resto del país.
Los estudiantes, muchos de nosotros sensibilizados por los acontecimientos políticos, no podíamos menos que ser consecuentes y solidarios con los hermanos que habían sido tan castigados por la naturaleza. Pero terminado el momento más trágico, todos retornaron a sus estudios. Por mi parte, yo buscaba cómo financiar la continuidad de los míos, pues con la toma de las tierras por la reforma agraria, nos habíamos quedado sin recursos. Y con nuestro padre muy afectado.
Viendo mi situación, y mi diligencia en el trabajo, el jefe del campamento de apoyo me propuso hacer un trabajo ya más técnico. Como el apoyo de otros países había sido consistente, había una buena cantidad de dólares para los programas de recuperación de las zonas afectadas. Los sueldos eran interesantes, pues se asignaban con la intervención de los cooperantes extranjeros, que no estaban acostumbrados a los sueldos tan bajos de nuestro país. Así que éstos se fijaron en regulares términos, y en dólares. En seis meses logré ahorrar una suma regular, pues además no se gastaba casi nada, ya que los alimentos también salían de las donaciones externas.
Ya en Lima, y con algo de dinero, me propuse visitar a nuestro padre. Antes no fue posible, por la distancia y la escasez de recursos.
Entonces fue cuando vi estacionada a la “Poderosa”. El vehículo había servido fielmente a mi padre muchos años, cuando tenía que sembrar y trabajar la tierra. Ahora se veía sola y desvencijada, pero aún fuerte y retadora. Dije para mis adentros, una mano de pintura, y será otra vez la misma de antes.
Sin pensar en su aceptación, propuse a mi padre, sabiendo lo encariñado que estaba con su “Poderosa”, trasladarla a Lima, y ver si nos apoyaba en algo con los estudios de los chicos. Por supuesto que no aceptó. Pasaron dos días más. Yo había ido acompañado de una amiga que hizo buenas migas con el viejo. Con frecuencia la llevaba a los potreros, y se enfrascaban en largas conversaciones.
Cuando les preguntaba a ambos de qué hablaban tanto, los dos contestaban invariablemente, “cosas nuestras”.
Ya cuando llegamos al último día y debíamos hacer los preparativos para la partida, el viejo me dijo.
· Respecto a la camioneta, su precio es de diez mil. Pero yo no necesito ese dinero, deja dos mil para cancelar mis cuentas y estar tranquilo, y puedes llevarla. Eso sí, con el compromiso de que tienes que estudiar. Con tanto comunista suelto, el pronóstico es que tarde o temprano, éstos tomarán el poder. A ustedes no les dejo nada, sólo una profesión los puede defender, por más que el gobierno sea del color que sea.
· Gracias, papá, contesté emocionado. Está muy difícil, pero haremos la lucha.
Qué noble era la “Poderosa”, sólo tuvimos que cargar la batería, y arrancó con buen sonido, dimos una cuantas vueltas para probarla, y al día siguiente nos embarcamos. No nos dio la menor molestia hasta Lima. Viajamos parando en los lugares que nos llamaban la atención. Era tan placentero ese viaje, que nos tomamos tres días para llegar. Era placentero, primero porque el viejo ya estaba muy recuperado de la infinita nostalgia que le había producido la confiscación de sus tierras. También era placentero porque me imaginaba la cara de sorpresa que pondrían mi hermano y mi hermana, cuando me vieran aparecer, portador de la vieja pero aún luchadora “Poderosa”, que traía tantos recuerdos de nuestra época de niñez y adolescencia. De toda una época maravillosa de vida completa, y poblada de las mil y una noches.
La “Poderosa”, en los siguientes años hizo honor a su nombre. No sólo nos dio el sustento, sino que era nuestra fuerza y fuente de nuestro orgullo. Trabajábamos en mil cosas con ella y estudiábamos por las noches, tratando de cumplir con la promesa hecha al padre. Cuando estábamos muy cansados y la idea de un descanso nos tentaba con fuerza, ahí estaba la “Poderosa”, recordándonos que teníamos que cumplir, y haciéndonos más fácil el traslado hasta la universidad.
Recuerdo por ejemplo un trabajo que tuvimos. Era sólo de dos días a la semana. Viernes y sábado. Había que supervisar a la policía particular de unas cincuenta empresas. Las empresas estaban desperdigadas en todo Lima, pero lo que nos mortificaba era que unas pocas estaban en los extremos, en los conos.
Por la de Motor Perú, teníamos que ir hasta Puente Piedra. Por la Toyota, debíamos ir hasta Ventanilla. Por Atlas, mas allá de Vitarte. Había otras por San Juan, y así por el estilo. Con las que estaban cerca de Lima no había ningún problema, pues las visitas se cumplían rápido.
Para que la tarea no fuera muy tediosa, nos dividimos la chamba con mi hermano. Uno iba por el sur y el otro por el norte. Como la tarea incluía el reparto de uniformes del personal, la “Poderosa” se prestaba maravillosamente para ello.
Más de tres años cumplimos con la faena sin que la impecable máquina nos diera mayor trabajo, fuera de algún pinchazo de llantas o algún mantenimiento de menor cuantía. Era una máquina admirable, usaba gasolina de 84 y a pesar de su tamaño, era muy económica. Contrastaba su modelo antiguo con su eficiencia.
La pintamos de su color original, de blanco humo, con el parachoques rojo y las letras de la marca en rojo también. Era su característica y no se podía cambiar.
Los domingos, cuando nos tocaba día de playa, cargaba con todos los bártulos, y con una pandilla de compañeros, que era un encanto. Camino a la playa, volaba la máquina como cualquier jovencita de la mejor época, sin sentir el peso de veinte perdularios, con sus aparejos de pesca, sus carpas y mil vituallas para pasar dos o tres días. En los caminos difíciles, su primera era mejor que la doble tracción de las máquinas modernas, y salía pronto del apuro.
Pero su mejor logro era que nos permitía hacer un trabajo eventual, que nos daba tiempo para el estudio. Ese era el objetivo central y al que se tenían que orientar las demás actividades.

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