lunes, 8 de octubre de 2007

Danza Con Fuego


DANZA CON FUEGO




Construir una máquina es un gran desafío, pero también una gran aventura.
Cuando uno se siente un poco mal, con la circulación un poco baja, me basta con treparme a una de mis máquinas para sentir el fuego interno que las alimenta y que te trasmite a través de sus vibraciones, sus motores, su metal recio que te dice que tú puedes contra el mundo. Estoy convencido hace mucho tiempo que el frío metal logra concentrar la energía de quienes la construyen. Y si se hace el trabajo con amor, pues esa máquina puede hacer milagros, ya que el amor es una de las energías más potentes y concentradas del universo. No lo digo por que se me ocurre. Lo e visto con estos mis ojos. No una sino muchas veces.
Como para eso, tengo máquinas de toda forma y tamaño. Por ejemplo, si quiero tener una sacudida total me subo simplemente encima de la peladora de cebada y podré tener una vibración total por todo el cuerpo. Desde los pies hasta el último de mis cabellos. Por el contrario, si quiero fortalecer solamente la parte abdominal, recostaré el respetable vientre con que la naturaleza me ha dotado, al costado de la tolva de la hojueladora de cereales. Con esto tengo garantizada una vibración a mil setecientas revoluciones por minuto. Y ello no sólo me hace bien sino que me ha hecho ganar buen dinero. Si bien es cierto que no contribuye a reducir mi abultado vientre, sí lo fortifica en gran manera. Pruebas al canto.
En algunas reuniones con los amigos, varios de ellos, también buenos cultivadores de vientres prominentes, un día hicimos una apuesta para ver quién derribaba al otro sólo con el impulso de un buen barrigazo. Este entretenimiento se convirtió en el animador de las reuniones cerveceras. Allí pude darme cuenta de que los masajes y ejercicios que hacía con el apoyo de mis máquinas no sólo me mantenían el tono muscular, sino que servían de entrenamiento para las competencias a panza descubierta.
Poco a poco me fui ganando un nombre, lo que a todos asombraba, pues no me veían haciendo los agotadores ejercicios que se requieren para mantener una buena barriga de competencia. Yo no podía hacer otra cosa que reír de buena gana y responder con una broma a los comentarios de los amigos. Lo cierto era que una media hora de masajes maquinales equivalían a unas dos horas de ejercicios de abdominales. Pero este es otro cuento. A lo que voy es a la relación que se va entablando entre los hombres y sus máquinas.
Con estos hermosos aparatos, tuve una larga relación que tuvo varias etapas. Veamos la etapa de las máquinas mineras.
Quien te dice hermano, que luego de muchos trabajos logramos ahorrar unos cuantos dólares, suficientes como para intervenir en la privatizaciones del sector eléctrico que estaba promoviendo el Chino que ya sabes quién es. Era plata grande la que se necesitaba por su puesto, entonces convocamos a otros empresarios nacionales, y como aún faltaba plata invitamos a las empresas extranjeras. Muchas de ellas ya estaban enteradas del tema y querían participar.
Primer error: Como la fiesta iba apurada no nos dimos el trabajo de seleccionar en forma minuciosa a los socios, y aceptamos a los que se presentaron con deseo de participar.
Segundo error: Entre las empresas extranjeras, dimos prioridad a una empresa americana, por la seriedad que tienen éstas en sus tratos empresariales. Pero los amigos americanos se demoraban mucho en hacer sus cálculos y sus evaluaciones, y faltaba poco tiempo para la licitación, por lo que aceptamos a una empresa argentina, la misma que sin mucha evaluación dijo querer lanzarse a la piscina, aceptando a ojos cerrados los estudios que les habíamos alcanzado. Nosotros en vez de sospechar de ésta actitud, nos consolamos diciendo que habíamos hecho un trabajo impecable.
Y así el apuro nos llevó a trabajar con gente que no conocíamos y que por desempeñarse a un buen nivel empresarial suponíamos que eran honestos y de honrados. Recibimos a los argentinos con bombos y platillos y al poco tiempo ya estábamos metidos de cabeza en el proceso de licitación de la distribución eléctrica del Sur medio. Y efectivamente ustedes lo adivinaron, ¡ganamos! Y las cosas fueron muy bien hasta que nos entregaron el manejo de la empresa. Como habían ofrecido la gerencia a mi hermano, que era quién había realizado todo el trabajo, pensamos que solo se trataba de formalizar las cosas y empezar a trabajar. ¡Habíamos recuperado Auquibamaba otra vez!, La emoción era indescriptible. Un chino nos había quitado todo y con el otro chino lo recuperamos.
Craso error, los argentinos, usaron la miel y su don de la palabra para persuadirnos de que solo por un año ellos querían hacerse cargo del manejo gerencial, para luego hacerlo en alternancia de un año cada parte. ¡Ñangas!. Lo que en realidad sucedía era que habían comprado a uno de los socios peruanos y en compañía del traidor habían visitado al ineludible Capitán y asesor máximo del innombrable, Vladimir Montecasinos y como éste rapaz les había escudriñado hasta lo más íntimo de los mondongos, los había reconocido como sus pares en cuanto a la mentalidad mafiosa y de gente sin entrañas: pero ello, por supuesto, no evitó que les hiciera pagar, como era ya su costumbre, por el derecho de piso de la privatización. Con esto los argentinos se sintieron mejor que en su casa y con el derecho de explotar la empresa a su libre albedrío. Con sus amigos se daban el lujo de comentar que se habían comprado una Encomienda como en las épocas de la colonia, una empresa íntegra, que incluía el alma de sus empleados y con libertad para usar y abusar sobre los usuarios de la energía. Allí empezó una larga vía crusis que daría para escribir las mejores telenovelas tipo mexicano y venezolano, pues el argumento era peor que el de una tele llorona con los ingredientes y condimentos de todo tamaño y calibre. Pero sería materia de riza y chacota si no estuviera de por medio el honor del país, pues éste, solo es un capítulo del vergonzoso proceso que llevó adelante con la privatización de las joyas de la corona de nuestro pueblo. Y todo el dinero recaudado, luego fue rifado de la peor manera, por ese par de malandrines que luego siguieron riéndose de todo el mundo exhibiendo sus hazañas durante muchos años, haciendo burla y escarnio, no solo en la política, sino en todos los poderes del estado y de las instituciones privadas, manipulando a la gente y a las instituciones, mediante el dinero de la privatización que robaron a todos los peruanos. Baste decirte hermano, ¿cómo te sentirías si te dicen hoy que te ganaste el premio gordo de la lotería? Y mejor aún que de ella cobrarías tu hasta morir, cobrarían tus hijos, tus nietos y bisnietos? No me respondas ahorita viejo, es una pregunta difícil. Pero lo que digo es eso te llena de una alegría que no es posible imaginar. El problema viene cuando a los pocos días, cuando todavía estas celebrando el acontecimiento, cuando los amigos te llaman, te felicitan, te ponen por todo lo alto y en eso ¡por atrás hermanito! Con alevosía y ventaja, con saña y sin anestesia, te dicen : ¿Cómo te sentirías mi hermano del alma, si te dicen que el premio gordo te lo robaron unos sinvergüenzas argentinos, aliados con uno que llegó a ser ministro de energía y Minas y luego hasta ministro de Economía? Dime con claridad, ¿cómo te sentirías hermano? Y voy a decirte el nombre completo de este delincuente de corbata, no un delincuente común y corriente, se trata del peor de los delincuentes: Javier Quiquijana Saltón se llama el delincuente de delincuentes, el que no tubo el menor empacho de vender a su propio país no una sino varias veces. Te voy a contar el cuento completo de este sinvergüenza en un capítulo dedicado a él solito. Solo uno tubo la entereza de llamarle traidor a la patria con todas sus letras. Ese fue el payasito Waisman y sabía por que le decía traidor y el otro se comió ese sapo, pues si contestaba entre todos le íbamos a dejar bien clarito porque es uno de los traidores más grandes de los últimos tiempos. Ten un poquito de paciencia hermano, te vas a enterar de todito, para que no te juntes con esa chusma.
Pues no te imaginas hermano, así nos sentimos nosotros los deudos de este gran grupo de macacos y éramos muchos los deudos del primer chino, y seguimos siendo muchos más los deudos del segundo chino, y de su gemelo Montecasinos, quienes por siempre odiaremos a los argentinos, porque conocimos la peor cara de esa raza de mafiosos internacionales actuando por la libre con los más grandes mafiosos de nuestro propio país. Eso te hace llagas profundas en la pepita del alma hermano, llagas que no sabes si algún día se podrán curar.
Quién te dice cholo que después de éste episodio los que fuimos perjudicados ya no podíamos estar siquiera juntos, pues juntando dos penas tan grandes se hacía un hoyo insoportable. Por eso cada uno agarró su mochila y se fue por esos mundos de dios a buscar cómo consolar su pena y encontrarle nuevos rumbos a la vida. En cuanto a mi, me quedé con el alma partida en dos chocherita. Una parte que sobrevivía como podía y la otra que se fue a vagar sabe dios dónde. Y una cosa honda en el corazón, una bronca sorda de impotencia y de desazón. Por eso me pregunto, ¿cómo habrá quedado mi hermano que fue quién se fajó con todo, y puso no sólo hasta el último cobre y el último aliento. Que fue quién de su puño y letra invitó a esa partida de traidores, que luego le acomodaron los puñales en la herida más honda del hombre? ¿Como se sentirá mi buen hermano, cholo lindo, cuando se acuerda que fue él mismo que les puso los documentos a cada uno de ellos y que no tardaron en convertirlos en armas de fuego y en instrumentos de la peor traición. Cuando me acuerdo de esta mugre de gente que aparece en la televisión como grandes funcionarios y engreídos del régimen del cholo, me pregunto amigo mío si tendrán alma y si las cosas que disfrutan, tendrán sabor y color normales, después de haber actuado con impiedad y tanta maldad.
Yo me refugié en los andes, en las mismas cordilleras, para que mi decepción no me lleve a hacer daño a los míos. Te cuento hermano que uno pierde la fe en la humanidad y eso es lo más feo que le puede pasar a un hombre. Se te hace un pozo hondo, hondo hermano que te araña por dentro y te malogra las cosas buenas de la vida. Las nubla, las deforma y nada queda en su sitio.
Ese fue el origen de la deuda que tenía el estado con nosotros y para espantar a los demonios que querían invadir mi alma, me propuse cobrar la deuda, que en lo que a mi respecta la valoricé en un millón de dólares.
Después de mucho cavilar y viendo que llegaba la energía eléctrica a los pueblos de arriba, me propuse hacer una cobranza directa en energía, y de digo cholo que hasta precio le puse. Para efectos de la cobranza le puse. 50 cent. Por Kw de ese insumo.
Quién te dice amigo, allí fue que me acordé nuevamente de las máquinas. Había que realizar cualquier actividad en que se usara gran cantidad de energía y eso pasaba por mis queridas máquinas, con las cuales siempre me había unido una relación, que con los años solo podía mejorar.
§ ¿Máquina don Carlos, de que tipo de máquinas me habla?
§ Para mí, se trataba de lograr moler cualquier cosa, pero en gran volumen, ya que solo así lograría juntar el millón de dólares que nos habíamos propuesto. Tenía que ver la manera de que la empresa eléctrica del Estado contribuyera con nuestra economía, en otras palabras tenía que usar la energía gratis pues compañero, ¿ya captas?
§ Que buena, pero no es tan fácil lo que dice maestro
§ Cuando te propones algo, siempre hay forma de realizarlo, y si te anima la cólera es más fácil pues. Ellos se apoderaron de la empresa que habíamos ganado en buena ley, como ya te conté hace un rato, considerábamos que nos habían arrebatado, a mí y a mi familia, varios millones de dólares. Como se recordará, me había propuesto recuperar, a como diera lugar, un millón de dólares.
§ ¿Millones?, ¿Tanto costaba una empresita?
§ No estamos hablando de una empresita amigo mío, se trata de una empresa de ha verdad, donde todos los que quieren tener luz, tienen que matricularse.
§ Ya entiendo won, pero hace un rato mencionó un millón de cocos.
§ Claro eso era el agravio a mi persona aumentando los muertos y heridos, pues, los otros dos millones, correspondían a los grupos de Alberto y Roquefort.
En esas estábamos, cuando se nos acercó un grupo de mineros informales, con la novedad de que habían encontrado varias vetas de oro, y necesitaban que se les moliera una buena cantidad de materiales auríferos.
§ Allí esta la solución, dijo, de inmediato, Alberto. Nosotros molemos todo. Pero si molemos tierra, ésta es sencillamente inagotable. Podemos moler millones de metros cúbicos, y nunca se agotará el material a ser molido, triturado y/o despedazado.
§ Huy creo que llegó nuestra hora, don Carlos, así que concreta lo antes posible la contrata de moliendas, sin pérdida de tiempo.
§ Si, compadre, comenté, moliendo sólo granos no llegaremos nunca a concretar nuestras metas. Peor aún, si lo logramos, estaremos tan viejitos que no sabremos qué hacer con el millón de dólares. Tenemos que hacer algo rápido y enérgico, que nos permita reivindicar nuestros derechos, cuando aún tenemos juventud para bailarnos un merengue con una morena de Chincha.
§ Ja, ja, ja, subrayaron los amigos.
§ Así, pues, me asignaron la tarea de perseguir a los mineros, y nos repartimos la chamba de informarnos sobre las máquinas que eran necesarias para dar fin a nuestro cometido. El asunto prometía porque los mineros, informados por nuestros visitantes, iban llegando por lotes, y todos caían por nuestros aposentos como moscas atraídas por la miel.
§ La cosa iba tomando forma Filoncho Lo primero que hicimos fue viajar a Nazca, donde estaban concentrados la mayor parte de los pequeños mineros, y por supuesto, los técnicos que nos podían apoyar, y los talleres que nos darían las máquinas. Regresamos con las buenas noticias de haber encontrado a viejos amigos de antaño, que nos apoyarían en todo.
§ Ahora, de lo que se trataba era de ubicar una zona cercana a los lugares de extracción de los mineros, pero que al mismo tiempo estuviera cerca de los tendidos de los alambrados de energía. Pero lo más importante era que estuviera un poco lejos de los lugares con mucho tránsito, pues se trataba de moler un 10 % pagando el servicio a la empresa, y hacer contribuir con un 90% al fondo de recuperación de los socios desposeídos.
§ Roquefort se volvía loco.
§ Mira, compadre, decía, se muelen 15 latas por tanda, si molemos en dos turnos, tenemos 300 latas por cada máquina. 600 latas con las dos máquinas. Eso hace un volumen de 100 metros cúbicos por día de trabajo. Y si obtenemos un sol cincuenta por lata, son novecientos soles por cada día. Eso hace un total de trescientos dólares. Nueve mil al mes. Se gastan cuatro y se ahorran cinco. Si la meta son doscientos mil, sólo serán necesarios 40 meses de trabajo, digamos cuatro añitos, con sus más y sus menos.
§ Tu eres buen matemático compadre, sacas la cuenta rapidito, pero no es tan fácil, y lo veremos con los toros en la cancha. Allí recién sacarás bien tus cuentas.
§ Esta bien cumpa, pero hemos estado viendo por ahí y material hay hasta de sobra, solo hay que pedir que no nos fallen los mineros en traernos su material.
§ Con la experiencia de anteriores trabajos, yo sabía que no era tan sencillo como eso. Pero a la hora del entusiasmo, yo nunca sería el que hiciera de aguafiestas. Lo cierto era que había un buen margen de utilidad, descontando los gastos de personal, desgaste de máquinas, mantenimiento, alimentación, y otros. Sobre todo, el rubro de aporte de la empresa eléctrica era sustancial, y por lo tanto, cumplía con el objetivo que nos tenía concertados. Hacer pagar algo de lo que nos habían robado y por no haber reconocido el trabajo de mi hermano y todo nuestro equipo, era un buen objetivo para espantar las penas del alma. Y nosotros nos habíamos elegido por derecho propio, y por unanimidad de tres, para reivindicar tamaña afrenta a las causas populares. Una vez recuperado el dinero y a buen recaudo, veríamos la mejor forma de hacer pagar a los culpables por la afrenta que nos habían hecho. Sobre todo a aquellos socios de la institución que habían contribuido a la causa, no sólo con sus abundantes sudores, sino también con el aporte de sus menguados recursos. Dineros que nunca serían reconocidos, y menos recuperados. ¿Cómo que nunca? ¿Y para qué estábamos haciendo la monumental y diligente tarea de recuperación silenciosa? Ya llegaría el momento de los esclarecimientos, y el reparto de valiosos o revaluados dólares. Y claro, para que lo calculado no perdiera su valor, habíamos puesto el techo en moneda dura, nada menos que en dólares gringos. Tres millones de dolaretes, era la meta.

Por supuesto, aquí nuevamente estaría presente la intervención de las preciosas máquinas. Como era ya costumbre, la primera máquina fue comprada con los fondos que habían sido reunidos hasta ese momento. No alcanzó, por supuesto, y tuvimos que echar mano a los ahorros propios. Pero eso sí, con gran entusiasmo y confianza.
Por su parte, los mineros informales habían recorrido todo el ámbito, y cada día nos traían noticias de éste o de aquel filón que habían encontrado. Los más intrépidos de ellos eran los originarios de Puno. Éstos eran hombres templados en acero, ya que remontaban a los cerros más escarpados y fríos. Para ellos, no había barreras. Si había mineral, allá iban, en las condiciones más precarias.
Por fin, logramos instalar las máquinas en un lugar bastante adecuado. Era una rinconada bastante abrigada, detrás de un cerro, y los cables de alta tensión pasaban a sólo kilómetro y medio. Supusimos que por allí nunca iría un inspector de la empresa, que como en toda empresa grande, hacían el esfuerzo mínimo. Pero además como necesitábamos la corriente de baja tensión, tuvimos que solicitar la instalación de un transformador, que siendo nuestra inversión, tenía la virtud de alejar a los inspectores. El procedimiento era sencillo. Los cables se colgaban de los de abastecimiento, antes de ingresar al medidor. Dispusimos las tolvas de las máquinas de tal manera que trabajaban toda la noche, sin interrupción. Durante el día se hacían otras tareas durante medio día, y se molía material el otro medio día. Parte de las instalaciones se hicieron en un túnel bajo tierra, bien acondicionadas para el trabajo nocturno. Afuera pusimos una máquina pequeña, que era la que daría la cara cuando vinieran a visitarnos. Fue bueno hacerlo así ya que los molinos hacían una bulla infernal y al estar bajo tierra el ruido no se sentía afuera, y los operadores solo tenían que ir cada dos horas a cambiar el material de molienda.
Durante varios meses la cosa iba muy bien. Los mineros se acostumbraron a la molienda que les dábamos, y luego, en las instalaciones adicionales que les pusimos para darles facilidades, terminaban de procesar sus materiales a base de mercurio. Lo único que empañaba el horizonte, era que había entre los mineros una mayoría que vivía al filo del puñal, como se dice. Con sus últimos recursos hacían llegar su material, y luego ya no tenían dinero para pagar el procesamiento. Luego de sufrir varios cabezazos por parte de estos eximios deportistas de la trafa y la supervivencia, tuvimos que tomar serias medidas. Estas consistieron en espantar a los más osados, y a los que tenían buen material pero no podían pagar, simplemente les cobrábamos con parte del mineral que traían, luego de un sencillo procedimiento de análisis del contenido de su material. Todos ellos eran expertos en este procedimiento, que se llama el plateo, así que tomamos los servicios del más hábil, que nunca se equivocó al calcular el contenido en oro que tenía cada lote.

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