jueves, 25 de junio de 2009

LA SEÑORITA AGRIPINA (Novela)

LA SEÑORITA AGRIPINA (Novela)
Escrito Por Alfredo L. Vásquez Espinoza
Era 1908, cuando vi a Hono, era la ciudad del Cusco como escenario de fondo, esas ruinas incaicas, el colegio Educandas, la plaza de armas, que lugares mágicos, el colegio Salesianos de Cusco y Yucay.
Era el Domingo, 23 de junio de 1907, la víspera de la fiesta del Cusco, el sábado por la noche estuvimos cantando canciones religiosas en honor a San Juan, la noche del 22 no me imagine que al día siguiente conocería a Hono, quien era una Colegiala del Internado del Colegio para señoritas de Educandas, su cara me pareció angelical, sus suaves facciones, su sonrisa discreta, la determinación que había en su mirada, ese domingo nos levantamos a las 06 de la mañana como todos los días, bajamos a las duchas, y subimos las escaleras en tropel, cual maratón al cielo, nos pusimos el traje dominguero, que consistía en un pantalón y saco de color azul marino, con camisa blanca de algodón perfectamente almidonada, y corbata de color guinda; esa mañana como todos los domingos no tomábamos desayuno, hasta después de volver de misa, la misa era a las nueve de la mañana en la iglesia de la Compañía de Jesús, que estaba en la plaza de Armas de la ciudad del Cusco, a pocos metros de la imponente catedral de Cusco.
La misa era a las nueve de la mañana, todos éramos jóvenes del Cusco o de los alrededores, como era mi caso, que venía desde Toraya, Aymaraes, Apurímac, tenía la suerte de tener un tío perteneciente a la curia, hermano de mi padre don …. Espinoza, Mi tío el Cura Espinoza, me recomendó en la nueva escuela Agrícola y de Artes y Oficios, todos los jóvenes, rezamos en la capilla del Colegio, hasta las ocho de la mañana, para bajar de manera ordenada por la empedrada calle de Suecia, llegamos a la plaza de armas que se levantaba tan imponente, tan majestuosa, con tanta piedra en su construcción que parecía eterna.
Dimos la vuelta por dentro de los portales de la plaza, cruzamos la calle de procuradores, seguimos por los portales, cruzamos por espaderos, seguíamos dentro de los portales, luego cruzamos la calle del medio, seguimos caminando hasta donde aparecía mágicamente el rio Huatanay, por dentro de las casa, para desembocar en el borde de la plaza de armas, cruzamos por la puerta de la Universidad San Antonio Abad, que se veía magnifica e imponente, hasta que llegamos a la puerta de la compañía, todos, en silencio, todos anonadados, por esa plaza, todos con ganas de vivir, luego entramos por la puerta pequeña, del lado derecho, al ingresar, sentimos la presencia del espíritu santo, dentro de ese recinto tan bellamente ornamentado, la mismísima casa de Dios.
Nos colocamos al final del lado derecho de las bancas, muy cerca de la puerta, estuvimos rezando en silencio, mirando, de manera discreta el enorme edificio, que dejaba pasar los rayos de luz del sol transformando el lugar en un espectáculo de luz y sombras.
Luego de un instante paso por nuestro costado derecho una enorme delegación de damitas del Colegio educandas, que también venían a misa, que tropel, que silencio, no se distinguía ningún rostro, todas ellas igualitas, con su uniforme gris oscuro, con cuellos de color blanco, y bordados singulares, y cubrían sus cabezas unos velos de color blanco, totalmente tupidos, donde era imposible reconocer a alguien. Pero, solo era cuestión de hacerse a la tenue luz de la Iglesia de Jesús, para ver que el velo no cubría la cara de las niñas, el velo solo cubría su cabello, y sus rostros se veían diminutos, se podía ver sus enormes ojos, su nariz y sus labios.
Llegaron las familias cusqueñas a oír la misa de las nueve, las familias más antiguas pasaron a tomar asiento en las primeras filas que los aguardaban silenciosas, la comitiva era casi similar, llegaba el principal, seguido por su señora, seguían la abuelita, cosa rara no había abuelitos, casi todas las señoras mayores eran mujeres, luego estaban los jovenzuelos, con un hormigueo interno que se dejaba resaltar de manera discreta, luego venían las damitas de la casa, …… acompañadas por las tías solteronas, detrás venia el personal de servicio cargando a los niños, tanto a los pequeñuelos de 3 y 4 años así como a los niños de año, los recién nacidos estaban exentos de cumplir el mandato de ir a misa los domingos. Cada familia tenía por lo menos 10 hijos, era una época de renacimiento.
Por el sonido que hacían los caballos de silla muchas familias llegaban de sus haciendas montados en hermosas acémilas, que no las veía por mi posición dentro de la iglesia pero si las podía escuchar, y sentir su brío por el sonido de sus pisadas y de sus bien herrados cascos.
En un santiamén la iglesia se lleno, algo que me llamo la atención fue que a este templo no ingresaron los nativos del Cusco, que si lo hacían a otras templos, como los de mi pueblo en Aymaraes, lo intuía aun cuando no estaba seguro de que pasaba, este era un templo para blancos y criollos únicamente aun cuando ya nacía el siglo 20.

La misa fue larguísima, fue cantada en latín, duro casi dos horas, todos los jóvenes estábamos allí a pie firme participando pasivamente de esa bien cantada misa de domingo, el cura se dirigió al pulpito y desde allí nos dio una arenga sobre la conducta y la moral, sobre como guardar el cuerpo que estaba consagrado a Dios. Luego vino la comunión, a la que acudimos en fila de uno, allí me di de cara con ese bello rostro que volvía de la comunión, tenía la cara de una santa, era la última de la fila, pero ¿Quién era? ¿De dónde salió? Porque era diferente a las demás, si todas las niñas parecían iguales.
Termino la misa y escuchamos algo así como vayan en paz. Salimos como entramos en silencio, las familias daban la vuelta a la plaza de armas, en sentido anti horario. Los padres salesianos habían hecho traer el desayuno que nos correspondía a la puerta del Templo, allí dos mamachas, que tenían sus quipis nos dieron chocolate a los 30 muchachos del internado del Salesiano, acompañados por unos biscochos dulces. Los dos padres que nos acompañaban también tomaros sus respectivos chocolates, cuidando sus sotanas domingueras.
La orden fue sencilla, podíamos dar una vuelta a la plaza, antes de partir rumbo al colegio después de las 12 para iniciar el almuerzo del domingo, los alumnos que tenían familia en la ciudad del Cusco podrían ir a almorzar con ellos, los alumnos de provincia debían retornar al colegio a almorzar.
Fue en esa primera vuelta a la plaza, que me cruce nuevamente con ese rostro angelical, y pregunte abiertamente a mi compañero, sabes quién es? El de inmediato me contesto es la señorita Honorata Hernandez Osorio de Andahuaylas, Pampachiri. Oh, quede mudo, tenía un rostro y un nombre, era un ángel real, un ángel verdadero.
Muchos años más tarde nació mi tercera hija, un día igual al día que conocí a mi amada esposa, ese martes, 23 de Junio de 1914, llame a mi hija de la misma manera como hacía años habían nombrado a su mamá, eres le dije la señorita Agripina. – Así habló, Leoncio Espinoza Cancho-
Los primeros Salesianos que llegaron a la ciudad imperial fueron los padres Ciriaco Santinelli y Alfredo Sacheti en 1903. Partieron de Arequipa y fueron recibidos con gran alegría. El 27 de setiembre del mismo año, el Obispo y los salesianos firmaron un convenio, el cual estipulaba la apertura de la primera Escuela Agrícola y de Artes y oficios, que debían verificarse en 1904. Sin embargo, la presencia de Salesiana se hizo realidad todavía en 1905. Se comenta con gran alegría esos momentos. De Lima parte el padre Santinelli con el personal destinado a la casa del Sur. Luego de breve permanencia en la Ciudad Blanca, viaja al Cusco el 21 de febrero de 1905, en compañía del padre Miguel Baldi.

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